lunes, abril 29, 2013
Publicado en Lee Por Gusto – Perú 21
…
Una de las
publicaciones peruanas de estos últimos años que indudablemente sobrevivirá,
por lo menos, un par de décadas más, es, sin duda alguna, Poesía en Rock. Una historia oral. Perú 1966 – 1991, de Carlos
Torres Rotondo y José Carlos Yrigoyen.
Reconozco mi
entusiasmo, justificadamente excesivo, para con esta publicación. En primer
lugar, los autores son muy amigos míos. Y en segundo, y no creo que esté mal
que lo diga, en su momento hice todo lo posible para que el presente libro sea
una realidad, al menos colaboré con un granito arena para dicho fin. Era pues
un libro polémico. No sé cuántas veces he vuelto a sus páginas. Hay muchos
datos que pueden recogerse de él, como los detalles del famoso duelo entre
Antonio Cisneros y Jorge Pimentel, o el encuentro de Enrique Verástegui con
Octavio Paz en México. Pero ante todo, es un libro muy divertido.
Pues bien, días atrás
volví otra vez a sus páginas. Andaba tras un dato incluido en un pie de página,
mi idea no era releer el texto completo, pero lo volví a hacer, quizá llevado
por una mirada más calmada, más analítica y con algo de espíritu crítico. Al
cerrarlo, me quedé pensando, pensando en lo necesario que resulta su lectura,
más aún en estos tiempos en los que la poesía peruana actual transita
alegremente en las acequias del olvido; si buscamos en la hojarasca, a las
justas podrán encontrarse tres o cuatro alfileres. Pero esto no es lo peor, lo
peor es que estamos siendo testigos de la celebración de la mediocridad, la
falta de talento, la carencia de lecturas ligada al alarmante desconocimiento
de nuestra gran tradición poética.
Desde la primera vez
que lo leí, no dejé de resaltar su extraño poder, poder casi mágico de afianzar
convicciones, poder que solo muy contados libros pueden transmitir. Uno no es
el mismo luego de su lectura. O se es, o no, así de simple es el asunto.
En principio sería difícil ubicarlo en un
género específico. Para mí Poesía en rock
es un artefacto, en donde vemos una bien pensada mezcla de registros, en donde
entran a tallar el ensayo, la historia, la crónica, el testimonio y la poesía. Si
Poesía en rock existe como libro es
porque no pudo ser un documental.
Más de una vez he dicho
que la década del setenta fue propicia en cantidad y calidad para la poesía
peruana. Sin exagerar, son nuestros años maravillosos. Dicha década tuvo de
todo. Se vivió la violencia que despertaban los discursos ideológicos y
políticos, era pues la cima de la alteración continental proveniente del
decenio anterior. Por ello, la poesía que se escribía no era ajena a ese
influjo, no era un ejercicio descontextualizado, era como una esponja que se
alimentaba de los vientos calientes de la revolución, siendo uno de sus
principales nutrientes lo vivido en Mayo del 68 francés, cuando se creyó en el rock,
la poesía y la revolución como una sola fuerza capaz de cambiar el mundo.
Durante décadas se ha
hablado mucho de la poesía peruana de los setentas y ochentas. Sobre la década
setentera tenemos un documento importante, como la antología Estos 13 de José Miguel Oviedo. Pero si
tomamos como cierto lo que él dice en su prólogo, tendríamos una visión
realmente deformada de lo que ocurrió poéticamente. Ni hablar de lo que se dice
y escuchamos en los bares y tertulias. Se hacía necesario tener la palabra de
los principales implicados, de los sospechosos comunes. Ellos tenían que
hablar. Exponer sus puntos de vista, puntos de vista que abarcan un cuarto de
siglo que estamos en la obligación moral de conocer a fondo.
Para este fin, Torres
Rotondo e Yrigoyen reúnen a los poetas de los grupos poéticos más
representativos de la época. Estación Reunida, Hora Zero, La Sagrada Familia y
Kloaka. A excepción del movimiento fundado por Jorge Pimentel, los demás
dejaron de ser lo que se suponía tenían que proyectar. En HZ podemos ver una
actitud de golpe, una poesía que no solo se justificaba como tal, sino también
en la actitud de sus integrantes. Es por ello que los horazerianos marcan la
pauta de la historia que se nos cuenta. No es para menos, los testimonios de
Pimentel, Eloy Jáuregui, Enrique Verástegui, José Rosas Ribeyro, Roger
Santiváñez y Tulio Mora son cartuchos de dinamita encendidos, es Historia
Literaria dicha desde la calle y uno se siente parte de esa Historia Literaria,
deseando haber podido vivir aunque sea una parte de la misma. Más allá de las
contradicciones que puedan tener, más allá de exceso egocéntrico, no demoramos
en llegar a la conclusión de que estamos ante las principales voces de nuestra
última generación. Así es, como suena, nuestra última generación de poetas.
Mejor que lo expliquen
los hacedores del libro: “Escuchen bien. En la tradición poética peruana solo
existen tres generaciones, cada una con su propio abanico de propuestas
estéticas y sus ecos en poetas posteriores. Tres: no más. El resto son
promociones, no ciclos con una propuesta estética cohesionada. La teoría de las
generaciones por décadas ha sido institucionalizada oficialmente o por pereza
intelectual o para repartir más lotes en el Parnaso de los efímeros egos
literarios”.
Hora Zero, sin pasar
por alto los valiosos aportes de las otras agrupaciones y los poetas que desarrollaron
en paralelo una propuesta poética, como José Watanabe, Abelardo Sánchez León y
Manuel Aguirre, es el eje central, la fuerza centrípeta.
¿Pero qué es lo que, en
especial, leemos en los testimonios? Recordemos que los protagonistas hablan
valiéndose de la memoria, y por más que existan inexactitudes en sus versiones,
hasta mezquindades repartidas, y por más que se adornen, yace una creencia en
la práctica de la poesía como tal, en asumirla como fin. Es decir, primero la
voz poética y luego el reconocimiento y la fama minúscula. Que la mayoría de
ellos cayó en la posería, tan frecuente en la juventud (por ejemplo: Verástegui
semidesnudo promocionando un libro en Caretas), es innegable. Total, la fama y
el reconocimiento son resultados lícitos, y si ellos los obtuvieron tan jóvenes,
fue debido a que ante todo se imponía la poética individual y colectiva. Pensaban
que sin furia no podía haber poesía. Estaban convencidos de que la poesía es
inconformidad. Estas agrupaciones entendieron el mensaje, sabían lo que tenían
que hacer, pero solo Hora Zero fue consecuente, hasta el día de hoy.
En el capítulo “Nota de
febrero de 2010” nos encontramos con un panorama cruel pero real de la
producción literaria peruana. En lo personal, en este punto tengo más de un
reparo con Torres Rotondo e Yrigoyen, pero no en lo sustancial. Habría que ser un
habitante de Saturno para no darnos cuenta que pasamos nuestro peor momento. No
existe discrepancia. La crítica literaria en medios, o lo que queda de ella,
está emasculada, incapaz de decir las cosas por su nombre; pero la crítica
académica, la llamada a escribir el canon, a cartografiarlo, ningunea a las
voces de valía, forjando un discurso guiado por el amiguismo, o sea,
mintiendo. Para esta, por ejemplo, el
discurso de la calle llevado a la poesía nace y alcanza su cima en los ochenta,
negando, o prestándole poca atención, a lo que se hizo una década atrás.
Como dije, Poesía en rock es un libro divertido.
Pero es también uno sumamente incómodo. Aquí hablan sin censura los poetas
convocados y sus hacedores exhiben sus urticantes puntos de vista. Sin duda,
estamos ante un documento histórico de la literatura peruana contemporánea. Su
perdurabilidad no descansa en su excelencia, sino en su imperfección,
imperfección que nos lleva a revisar nuestra tradición poética última y así
saber, descubrir y redescubrir quién es quién.
viernes, abril 26, 2013
miércoles, abril 24, 2013
Otro Pamuk
En más de una ocasión
me he acercado a la obra del escritor turco Orhan Pamuk (Premio Nobel de
Literatura 2006). Digamos que, entre lo que he leído, conozco sus novelas más
representativas, como El castillo blanco,
Me llamo Rojo y Nieve. Sin embargo, Pamuk no me entusiasmaba, imagino quizá a
cierta deformación lectora, a lo mejor mi sensibilidad aún no es del todo
permeable. Lo mismo me ocurre con casi todos los escritores orientales, entre
clásicos y contemporáneos.
Sé que tiene una pequeña
legión de seguidores. Algunos son conocidos míos y doy fe de su capacidad
lectora. Y no pongo en duda de que sea uno de los pocos, contados, galardonados
por la academia sueca que vaya a quedar. Se trata de un escritor serio, con una
propuesta literaria coherente; además, su figura no solo se asocia al espectro
literario, es también un intelectual comprometido con los problemas del mundo
de hoy, en especial con la historia turca contemporánea. Muchos aún lo
recuerdan por sus declaraciones, en el 2005, a razón de la matanza de un millón
armenios y treinta mil kurdos por cuenta del gobierno de Turquía. Estas
declaraciones le valieron ser víctima de una serie de ataques bajos por parte de
la prensa sensacionalista, incluso fue llevado a juicio y llegó a creerse que
seguiría el sendero de Salman Rushdie. La polémica es, pues, parte de su faceta
intelectual. Si lo comparamos, estaríamos hablando de un escritor en onda,
aunque no al nivel de producción, de la Industria Mario Vargas Llosa.
Como dije líneas arriba,
sus libros no me entusiasmaban. No me entusiasmaban hasta el pasado fin de
semana, en que devoré como no lo hacía en mucho tiempo Otros colores (Mondadori, 2009), en donde pude encontrarme con un
Pamuk distinto, un Pamuk que hace un derroche de una inestimable pasión por la
lectura de los grandes clásicos e imprescindibles autores contemporáneos, un
Pamuk entregado al humor y la ironía, un Pamuk que escribe desde la aguas
marinas del “yo”, y, claro, un Pamuk con involuntarias ganas de provocar.
Este es un escritor de otra
época, o mejor de dicho, uno a la ahora vieja usanza de escritura. Su prosa
está marcada por un ritmo cadencioso, indudablemente decimonónico, que a un
lector no entrenado podría aburrir, pero es precisamente en esa cadencia que
roza lo insoportable que consigue urdir sus ideas. No tiene la más mínima
intención de facilitar la lectura del lector, quiere que este trabaje, se
esfuerce y así comprenda lo que en realidad quiere transmitir: un mensaje de perdurabilidad
moral. A modo de prueba tenemos “Mi padre”, conmovedor tributo que le brinda,
obviamente, a su progenitor, en donde se pregunta constantemente cómo así un
hombre tan bueno, premunido de valores, abrigó la idea de ser escritor. En
estos párrafos subyace la idea de la infelicidad como crisol inherente de la
literatura, y contra esta idea es que el autor ha luchado desde muy joven,
puesto que tuvo una vida feliz y todas las oportunidades para desarrollarse como
escritor. Al respecto, basta hacer un breve repaso a su obra de ficción para
nos damos cuenta de que su poética se alimenta de la visión histórica de
Turquía y Europa, dejando en un segundo plano el desarrollo de una visión
intimista.
Con el citado texto,
nos adentramos en la lentitud, y latente estilo risueño, de los más de cincuenta
textos que integran las secciones ‘Vivir y preocuparse’, ‘Libros y lecturas’,
‘La política, Europa y otros problemas relativos a ser uno mismo’, ‘Mis libros
son mi vida’, ‘Cuadros y textos’, ‘Otras ciudades, Otras civilizaciones’,
‘Entrevista con Paris Review’ y el relato “Mirar por la ventana”. O sea, la
biografía/radiografía de Pamuk. Avanzamos de a pocos, pero avanzamos
disfrutando del hechizo de su sabiduría, porque Pamuk no solo sabe de
literatura y política; sabiduría que la transmite con generosidad y sencillez,
sin dejar de lado el rigor intelectual, rigor que es desmenuzado y exhibido en
la interesante entrevista que le hiciera Paris Review, en donde, entre otras
cosas, nos dice sin decir que una de las razones de la aceptable morosidad de
su estilo obedece a que escribe a mano, presa del seseo del bolígrafo o el lápiz.
Pese a ser Nobel de
Literatura, la obra total de Pamuk no genera mucho entusiasmo entre los
lectores hispanoamericanos, entre los que me incluía. Sin embargo, Otros colores es una invitación a su
sendero emocional, nos enteramos de lo que está hecho como persona y de cuáles
son sus pulsiones narrativas. El presente título es una puerta que hay que
abrir y cruzar con algo de esfuerzo y voluntad, puesto que las poéticas que
perduran, algunas de ellas, necesitan de un respiro mayor, un desgaste que no
mata, porque al final la recompensa será grata. Nos quedamos con la sensación
de que el tiempo invertido valió la pena y volveremos a su obra de ficción con
otra visión de la misma, como fue mi caso.
martes, abril 23, 2013
domingo, abril 21, 2013
sábado, abril 20, 2013
EVV
A fines del 2006 hice
un viaje a Cusco, se trataba de uno especial, no era de placer, mucho menos de
trabajo. Ya conocía Cusco y en ese viaje pondría punto final a un largo proceso
emocional y existencial que venía cargando desde hacía siete años. Un día antes
de partir, pasé por la librería El Virrey, del Centro de Lima. No sé qué estaba
buscando, a lo mejor mi presencia en aquel lugar obedecía a una innata
propensión por perder el tiempo, un modo de distracción, un preludio a los días
que vendrían. No recuerdo si fue Mariano Orozco, Erika Miranda o Yesenia
Ballardo, quien me puso al día de las novedades peruanas.
De los libros que me
dieron para ver, uno de lomo delgado y formato relativamente grande.
No hay duda alguna, la
Generación del 50 es la mejor, la más dotada de talento de nuestra tradición
literaria. Cada día estoy más convencido de que no puede existir escritor
peruano que no haya bebido o beba su fuente, que por igual se reparte en
narrativa y poesía. Y si en caso haya alguno, porque todo puede pasar y todo
puede ocurrir en nuestro circuito literario, que la conozca (lea) de oídas, no
tengo otra que conminarlo a visitarla, visitarla como se debe y de esta manera
aprender.
Uno de sus principales
nombres es Eleodoro Vargas Vicuña (1924 – 1997). Si ofreciéramos una visión de
su obra, esta lo ubicaría como un extraordinario escritor menor. No debe
sorprendernos. EVV tenía un gran talento, era un voraz lector, pero nunca
escribió todo lo que se esperaba de él. Y la razón, me aventuro a especular, es
muy sencilla: EVV quiso ser narrador llevando una vida de poeta. Son tantas las
anécdotas que sé de él, que muchas veces estas terminan opacando u oscureciendo
su gran narrativa lírica. En cierta oportunidad, un amigo mío que lo conoció de
cerca, me dijo que este autor confiaba mucho en sus recursos, sabedor pues que
tarde o temprano entregaría a las imprentas una obra maestra. Y así vivió,
engañándose, seguro de que el talento le era suficiente para escribir esa obra
maestra de la que tanto hablaba y de la que nunca pergeñó una sola línea. Su
error fue depositar sus fuerzas en un vitalismo excesivo, le gustaba alimentar
su imagen de bohemio y vivió para ello. Su deseo era que todos hablaran de él,
a como dé lugar.
Por ejemplo, en cierta
esta ocasión este amigo que lo conoció muy bien salía de un café de La Plaza
San Martín, era de noche y lo único que deseaba era llegar a su casa y seguir
leyendo a Thomas Mann. Cuando se disponía a abordar un colectivo, alguien lo
llama desde lejos. Era EVV. ¿Qué haces hombre? Me voy a casa. ¿A tu casa? Sí.
Olvídate. Vamos a Breña, que me han invitado a un matrimonio. ¿Vamos? Vamos. Llegaron
a la fiesta del matrimonio. Ambos entraron. EVV fue directo donde los novios y
le quitó el micrófono al maestro de ceremonias. EVV habló, habló largo y
tendido de la importancia de la familia y del amor. Su discursó generó más de
una lágrima, en especial en las viejitas que se preguntan si ese hombre era
familiar del novio o la novia. Ni bien terminó, EVV besó en los labios a la
novia, e hizo lo mismo con el novio. Era su bendición y todos los asistentes
aplaudieron. EVV y mi amigo la pasaron bien en esa fiesta, bailaron, rieron y
comieron rico. Horas después mi amigo le pregunta si era familiar de la novia.
No, no soy nada de la novia. ¿Del novio? Tampoco, nunca he visto a ese tipo.
¿Entonces? No te quejes, has bailado y has comido todo lo que has querido.
El libro que compré en
la librería era una reedición, por cuenta del INC, de Ñahuín y no paré hasta terminarlo. Y volví a leerlo varias veces en
los días siguientes, jugaba a su favor su brevedad y una extraña sensación,
como si en la poesía de las frases, desde muy dentro de ellas, se me lanzaran
dardos de incomodidad y revelación. No dejaba de preguntarme cómo era que había
dejado pasar tanto tiempo sin leerlo.
En los cuentos de EVV
existe pues una visión íntima y universal del sujeto andino, la misma que
encierra un contenido universal expresado a través de un lenguaje seco pero no
libre de lirismo, canalizado por medio de una técnica narrativa deudora del
dato escondido. Entre los cuentos que me gustaron, difícilmente abandonarán mi
memoria “El tiempo de los milagros”, “La Mañuca Suárez”, “Chajra” y “Esa vez
del huayco”.
Pienso en EVV y llego a
una conclusión: se le lee poco y cuando se le lee, se le lee mal, asociándolo
únicamente a la veta indigenista. Y no es así, pues. Ahora que andamos
engañados con que el estilo justifica la narrativa, sería bueno entonces volver,
descubrir, como gustes, la obra de este estupendo narrador peruano, quizá el
mejor estilista, luego de Martín Adán, de nuestra historia narrativa.
viernes, abril 19, 2013
miércoles, abril 17, 2013
martes, abril 16, 2013
'Cortos' de Alberto Fuguet
Publicado
en Lee por Gusto – Perú 21
…
En
alguna oportunidad, no muy lejana por cierto, escuché más o menos lo siguiente:
“Alberto Fuguet es un gran escritor que aprendió a escribir luego de publicar
varios libros, tuvo que ser famoso para que aprendiera a escribir muy bien”.
No
sé cuán cierta sea esa opinión. Hasta suena mezquina. Lo que sí muy bien es que
el autor chileno tuvo que recorrer un largo camino para que se le reconociera
como una de las voces capitales de la narrativa latinoamericana contemporánea. La
primera vez que escuché de él, en el primer lustro de los noventa, se hizo
referencia a que era el escritor de la derecha chilena, un producto de su
sistema económico. Obviamente, quien lo dijo era un literato que leía mucho,
pero era de esos que leían con el ojo izquierdo, y en base a ese ojo izquierdo
valoraban. Este dato nos sirve para darnos cuenta de cómo puede ser vista y
apreciada una poética desde sus inicios y de cómo esta se abre paso. Y por más
extraño que parezca, esta poética se abre paso entre los senderos de la fama,
nunca dentro de los difíciles senderos que recorren los desapercibidos. Por
demás, es el público el que ha legitimado su poética, siempre, pero siempre ha
estado con él. El público no se ha dejado influir ni atarantar por la férrea
resistencia valorativa de la crítica literaria, tanto la que se practica en la
academia y en los medios.
En
estos días he estado releyendo Mala onda
y mientras lo hacía me venía el recuerdo de Sobredosis.
Tanto la novela y el cuentario me gustaron cuando los leí, pese a ciertas
falencias y grietas en el andamiaje estructural de ambos, había pues una furia,
sea patente y latente, en el nervio narrativo, una furia que incomodaba, y
también una tristeza, una agobiante tristeza, casi tanática. A medida que
avanzaba la relectura, tenía la fugaz sensación de que no estaba ante un
escritor, es decir, no ante uno que transmitía escribiendo literatura, sino
ante uno que transmitía narrando. Porque Fuguet es una máquina de narrar y si
lo conocemos como escritor es porque la literatura era el medio que se adecuaba
más a su urgencia de narrar. De haber sido su deseo, especulo, y de haber
tenido las posibilidades, Fuguet sería primero director de películas y de
cuando en cuando escritor.
Uno
de sus títulos que entre nosotros pasó relativamente desapercibido, fue Cortos (Alfaguara, 2004). Lo leí en el
año 2008, inmediatamente después de una novela suya que me había gustado hasta
el exceso, Las películas de mi vida. Cortos podría ser visto como el
laboratorio de Fuguet, su cocina creativa en donde se condensa el nervio de su
poética, tanto literaria como visual, en donde nos preguntamos constantemente
qué es lo que estamos leyendo. Sin embargo, preguntarse qué es lo que se está
leyendo, no es más que una pérdida de tiempo, no tiene sentido alguno ubicar
los relatos dentro de alguna parcela, sea esta literaria o visual. Cortos no es más que narración, gran
narración que consigue lo que algunos libros y películas: ser otra persona,
tener otra visión de la vida, no feliz, obvio, luego de haber incursionado en
sus páginas.
Los
relatos que conforman la publicación, podrían ser catalogados como cuentos y
cortometrajes. Y más allá de las estructuras que emplea, Fuguet no descuida el
punto único, axial, que una narración debe exhibir: la configuración de los
personajes, que bien podrían ser la versión treintañera del adolescente y
bipolar Matías Vicuña, el recordado protagonista de Mala onda. El primer relato, ‘Prueba de aptitud’, cuentazo en todo
el sentido de la palabra, que a lo mejor, espero que sí, en el gran futuro
figurará como un texto medular de la cuentística latinoamericana, nos da las
suficientes luces del camino a seguir en los demás relatos: un viaje al pasado
ochentero a través de la tristeza, viaje motivado por el presente de la
indefinición existencial y los golpes sin avisar de la depresión, tan común en
quienes deben sobrevivir la fase de los treinta. En el mismo respiro del
relato, quedan también ‘Más estrellas que en el cielo’, ‘Road Story’ y ‘La hora
mágica (Matiné, Vermouth y Noche)’.
Creo
que no caería en la mera exageración: Fuguet es uno de los pocos escritores
latinoamericanos actuales que más ha afianzado su propuesta y el que más
transmite. Porque eso es lo que todo escritor tiene que cumplir: no escribir
bien, sino transmitir. Cortos no será
su título más representativo, pero sí el que más expone su envidiable acervo
creativo, acervo que no solo se nutre de la tradición literaria.
domingo, abril 14, 2013
¡Nada de Chibolín! - Aventuras y desventuras de Diego Trelles, el corrector de estilo
Algunos pueden pensar
que mi post anterior fue demasiado hepático. Puede ser. Concedámoslo.
Y si alguna disculpa
debo pedir, pues se las pido a Chibolín, al verdadero Chibolín.
Ahora, si alguien
quiere pruebas de la incapacidad literaria de Diego Trelles para criticar los
textos de los demás (eso: criticar los textos de los demás, gratuitamente, sin
intención de aportar, con el único afán de hacerse el bacancito de la
literatura peruana), aquí una breve muestra, que encontré al vuelo por ahí, de
los gazapos de Trelles en su novela Bioy.
…
“Aunque era blanco, sus
rasgos trigueños delataban su origen mestizo”
Sin comentarios.
“Un rápido puñete con
el dorso de la mano”
Bueno, no me voy a
detener en el sinsentido de la frase. Pero algo así solo lo puede escribir
alguien que nunca se ha trompeado o que, en el peor de los casos, no sabe
pelear.
“No pude evitar soltar
un grito que se quedó atrapado en mi garganta”
Juro que esto solo
puede aparecer en una barata novelita pornográfica, de esas en las que hay
mucho efectismo y cero placer, y que por ese motivo son baratas.
“Las piernas laxas
contraídas contra el abdomen en posición fetal”
Al parecer, alguien
apuró al autor a terminar su novela, le dijeron que había premio al toque, “presenta
ya”. Si sustraemos la frase del libro y obviamos el nombre de su hacedor,
podríamos asegurar que es de autoría de un patita que quiere empezar a escribir
porque le gustó El alquimista de
Coelho y que piensa que hacerlo es muy fácil. O sea, ¿cómo las piernas pueden
estar laxas y contraídas a la vez?
“Le descerrajaron la
cabeza de un tiro”
Recomiendo a Trelles
leer ya, inmediatamente, las novelas policiales del genial Richard Price. Clockers para empezar. Saca tu cuaderno
Loro y apunta los secretos de la costura narrativa de Price. Ni se te ocurra
ver antes la adaptación de Spike Lee. Si haces bien la tarea, Price será para
ti lo que Faulkner fue para Vargas Llosa. Acuérdate: me lo vas a agradecer.
…
Y así tienes el cuajo
de decir que yo escribo mal?
Já.
sábado, abril 13, 2013
Chibolín dizque salvaje
Actualización del post, aquí. Y allí termino.
...
Bueno, no es que quiera
cambiar la dirección temática del blog, pero me fastidia la mala leche. La mala
leche acompañada de desinformación e ignorancia.
Diego Trelles Paz, más
conocido en el ambiente literario peruano como Chibolín, acertado chaplín que
proviene desde las mismas entrañas de Borrador, escribe una reseña sobre 17 fantásticos cuentos peruanos Vol 2 de
Gabriel Rimachi y Carlos Sotomayor.
Chibolín no tiene mejor
idea que empezar su texto de la siguiente manera:
“Uno de los primeros
antólogos en notar las bondades de la reproducción en serie fue Gabriel Ruiz Ortega.
El método era simple: prólogos flojos, intuitivos, mal escritos, de escaso
rigor académico, una selección aceptable de relatos y un título, con las mañas
de la etiqueta publicitaria –Disidentes–, que se reproduce ad finitum (ya va
tres entregas; tres más y tendremos al nuevo Rocky de la literatura peruana)”
Pues bien, desmenucemos
la convulsionada cabecita del Chibolín de la nueva narrativa peruana.
En primer lugar. A la
fecha nadie puede negar, y la verdad que no me gusta decirlo, el éxito rotundo
de Disidentes. Muestra de la nueva
narrativa peruana (2007). Tiempo después publiqué Disidentes 1. Antología de nuevas narradoras peruanas y el año
pasado Disidentes 2. Los nuevos
narradores peruanos (2000 – 2010).
Del segundo y tercer
florilegio sí tengo algunas cosas que decir…
Vayamos.
En más de una ocasión
he escrito sobre las narradoras peruanas, específicamente de las aparecidas en
el decenio anterior. Anotaba que necesitaban una antología que reflejara
coherencia en su búsqueda de nombres, que brindara bases sobre su
nacimiento y posterior eclosión. Y su hechura obedeció a un aspecto simple: a
las mujeres les cuesta más que a los hombres que las tomen en cuenta. Me
fastidiaba, y aún me fastidia, que a muchas de ellas no se les preste atención, no les basta con publicar un buen libro. Hay
un puto machismo en nuestro medio literario. Por eso, D1 fue una respuesta a ese sistemático ninguneo, y en segundo lugar
una de perfil a Matadoras, supuesta antología
de nuevas narradoras signada por su frivolidad y su evidente flojera, porque
allí no se buscó nada y si en caso hubo búsqueda, esta solo se limitó a digitar
en Google “Nuevas narradoras peruanas”. Sobre ese libro Chibolín jamás dirá
nada, se orina este infrarrealista bamba, porque como todo rey de la Otra
Literatura, no debe chocar con Estruendomudo. No es estratégico, pues. Mucho
menos abrirá el hocico sobre las dos versiones, ultracomercialonas y
literariamente endebles, de Selección
peruana.
De Disidentes 2 estoy más que satisfecho. En vano no pasan los años.
Mi mirada ya no es la misma de cuando hice el Disidentes primigenio. Todo aquel con dos dedos de frente no demora
en llegar a la conclusión de que el criterio para conformar la nómina D2 es producto
única y exclusivamente del nivel literario de sus integrantes. No obedeció a
factores comerciales y publicitarios. ¿No te has fijado, querido Chibolín, que allí no tengo a tu prologuista Santiago Roncagliolo?... ¿Y
así tienes la concha de sugerir que hice la serie Disidentes debido a factores marketeros cuando tú, pequeña bestia, permitiste
que Roncagliolo prologara El círculo de
los escritores asesinos? Entonces, ¿quién es el marketero aquí?... Siempre
he sido de la idea de que los libros de ficción se defienden solos; libros con
prólogos de escribas famosos le quitan piso a cualquiera. Más aún a un
impostado bolañista como tú. La verdad, Bolaño te estaría agarrando a patadas en estos
momentos.
Sin escritores famosos,
sin escritores influyentes en prensa, sin escritores contactados en la academia,
salió D2. Y su
reconocimiento vino sin ayuda de nadie. Un
ejemplo nomás: D2 llenó el auditorio
más grande de la pasada feria internacional del libro. A D2 le bastó y sobró el boca a boca del lector. En cambio, ¿qué pasó
con la presentación de la edición peruana de tu primera novela? ¿Qué paso,
criatura? Yo te respondo: ni mierda. Con todo el tinglado publicitario que armaste
fuiste incapaz de llenar la sala más pequeña de esa misma feria. A las justas
veinte puntas que se preguntaban “¿Quién este huevón?”, “¿Chibolín presenta
libro?”, “Es un impostor, no es Chibolín, somos fuga”, “Mmm”. El público lector,
y te jode saberlo, no se traga embustes.
Aparte de pseudopendejo,
eres un ocioso, un soberano ocioso mental. Si vas a reseñar un libro, haz bien
tu chamba, huevas. En más de una ocasión he declarado que con D2 se acababa la serie Disidentes. Ahora, te paso el dato de un
expediente secreto: más de un allegado a ti te puede confirmar que pensaba
armar el cuarto número de la serie, el cual daría registro de los poetas peruanos
de 1990 al 2010. D3 iba a ser
publicado en México. Y no me emocioné con esa posibilidad, porque antes de
presentar una selección por el solo hecho de presentarla, estaba mi capacidad
de lector. Toda antología es una prueba de fuego para su antólogo, si no lo
sabes. Tenía que estar seguro de su fuerza poética en conjunto, fuerza poética
que no pude reunir porque me faltaban nombres, los nombres que yo quería, o
mejor dicho, los permisos de los herederos de los poetas que fallecieron a
fines de los noventas.
Si vas a
referirte a la serie Disidentes,
primero llena una minúscula sala de feria y allí recién hablamos. Llena una minúscula sala, nada más, no te pido la sala más grande. Pero
sabes, te la hago más fácil, lee las antologías nomás; hay que leer, pues, aunque sea los
índices (lo sospechaba, pero ahora sé que eres un limitado lector de solapas y contraportadas)
para que así te desahueves desde el saque y veas que estos tres libros son
ajenos a las motivaciones extraliterarias con las que tú sí mueves los tuyos,
que nada tienen que ver con la reproducción en serie. ¿Qué pasó, chato, estabas
fumando orégano cuando escribías esa reseña?... ¿O es que estás preparando el
terreno para la salida de una antología de nueva narrativa peruana, que no la
haces tú, felizmente, porque no pasa nada, ni chicha ni limonada, con la
edición peruana de El futuro no es
nuestro, pero en la que estás incluido, y no tienes mejor idea que ponerte a joder gratuitamente?... En
literatura y política, nada es casualidad…
Motivaciones
extraliterarias… Motivaciones, precisando, oscuras y sucias y huachafas... Al
respecto, todos recordamos que durante meses no hiciste otra cosa que
mamársela, virtualmente, a José Carlos Yrigoyen en Facebook. Claro, te convenía
hacerlo. Yrigoyen, aparte de excelente poeta, es alguien influyente. A él se
le lee mucho y querías que sea uno de los que comentaran Bioy. Estabas trabajando la difusión de
la novela, lo cual no tiene nada de malo, pero lo que sí es asqueroso es que
trabajabas la publicación de reseñas positivas. Si Yrigoyen es mi pata, ya tengo
mi reseña positiva, pensabas. Ahora, ¿cuál fue tu actitud cuando se publicó su reseña en Buensalvaje 2? Fácil: te arañaste. Y por las huevas. No soportas que
alguien diga que Bioy es una cagada.
Pequeña bestia, nadie
está obligado a que le guste lo que tú escribes. O sea, si alguien te dice “Chibolín,
perdón, Diego, sabes, no me gustó tu libro”. ¿Qué haces? ¿Te arañas? ¿Le dejas
de hablar?
La realidad, Chibolín,
la realidad… Lo real es que te hicieron mucho daño. Bien por el premio, en
verdad... Somos Brasil 2014... Pero quemaste cerebro, y bien feo, porque hay que ser huevón,
rehuevonazo más bien, para creer la mentira de que Bioy es la versión 2.0 de La
ciudad y los perros. No necesito decirte que Bioy no es ni la caca ni la pichi de ese novelón de Marito. Debiste
poner el pare, todas las veces posibles, a esa maña publicitaria y no lo
hiciste con determinación. Y no lo hiciste porque te gustaba la huevadita… No
eres ni la carca de Vargas Llosa, ni siquiera el pedo de Bolaño (¿no te han
dicho que te has convertido en lo que Bolaño más odiada?)… Únicamente eres alguien
que sabe mover sus fichas en los terrenos de la Otra Literatura, terrenos que a
un genuino escritor no le tienen que interesar. Como bien me dijo Miguel
Gutiérrez, amigo que me estima mucho, y asimila las palabras del maestro, cosa
que así fumigas tu alma, y que tuvo la generosidad de presentar tu libro… Apunta
en tu cuaderno Loro: “A los escritores de verdad, tarde o temprano se les
reconoce. Solo los escritores mediocres gastan sus energías sobando a los
críticos y haciéndose amigos de los periodistas, preocupados en las notas de
prensa”.
Dicho esto, vuelvo a
mis lecturas.
viernes, abril 12, 2013
martes, abril 09, 2013
domingo, abril 07, 2013
sábado, abril 06, 2013
'La mujer partida en dos'
Vuelvo a la obra de
Philip K. Dick, quizá con un mayor interés de cuando empecé a leerlo; con ganas
de aprender y encontrar el enigma del por qué su poética aún despierta
poderosamente mi atención; pero el acercamiento de ahora no dista mucho de
cuando conocí su literatura por primera vez, solo se diferencia en la madurez
lectora, o sea, ya no soy un lector plano y me interesa más la costura
narrativa, el hipnótico y canábico mensaje que Dick transmite entre líneas. De
este modo releí el pasado domingo y de un solo tirón, olvidándome del agotador
sábado instalando el stand de Selecta Librería para la Feria del Libro de la
PUCP, y reconciliándome con mis fuerzas de adolescente, una novela que se me
pinta genial y hasta profética, Valis.
Terminada la jornada,
necesitaba despejarme, pero los que han leído a Dick con algo de caleta rock
setentero, saben bien del relajamiento necesario que se requiere, con
mayor razón si el sueño no te es cercano. Así que busqué en mi colección de
películas, algo sencillo, que no requiriera de un mayor esfuerzo de
concentración, pero que a la vez no sea vacío. Tenía pues que encontrar un
director de género, obedecer el llamado del inconsciente que te obliga a seguirla
luego de haber pasado horas de horas releyendo a un gran autor de género, uno de
esos directores que han hecho escuela y que no dejan de escuelar aún desde el
más allá.
No la he visto muchas
veces, pero qué bien me resultó escoger La
mujer partida en dos (2007), penúltimo trabajo del prolífico francés Claude
Chabrol.
Charles Saint – Denis
(François Berléand) es un escritor cincuentón, reconocido y millonario; vive en
las afueras de Lyon con su esposa Dona (Valeria Cavalli), con quien lleva más
de veinticinco años de casado. Tiene una amante, la agente literaria Capucine
Jamet (Mathilde May), detalle que no molesta en nada a Dona, porque ella también
puede sacar los pies del plato, con tal de no afectar la imagen de seductor de
su marido. Ese parece ser el trato tácito de esta pareja que necesita de la
infidelidad para mantenerse junta.
Su estancia en Lyon no
es tomada como algo superfluo, que pase desapercibida. Por el contrario, las
autoridades ediles consideran todo un honor tener a Saint - Denis como vecino. En una firma de libros en una librería, nuestro afamado escritor queda enamorado, a
primera vista, y también motivado por llevársela a la cama cuanto antes, de la bellísima
veinteañera Gabrielle Deneige (Ludivine Sagnier), que trabaja como meteoróloga de un noticiero
televisivo. Pero Gabrielle también es pretendida por Paul Gaudens (Benoit
Magimel), el joven rico de la ciudad, heredero de la fortuna de Laboratorios
Gaudens, el chico malo que arranca más de un suspiro femenino.
Estamos pues ante la
disputa de dos hombres por una mujer. El mayor no puede concebir sentimiento
alguno a menos que no sea por medio de la degradación; caso contrario con el
joven rico, que la desea como su esposa, madre de sus hijos, prometiéndole una
vida sin apuro económico. Gabrielle no se presta a disyuntiva alguna. Quiere
vivir, sacarle el jugo a los mejores años de su plenitud sexual, o sea, ella
prefiere la experiencia. Se entrega sin reparos al letraherido y con este
explota, redescubre, todo su arsenal hormonal. Pero las cosas con Saint- Denis
terminan mal, al punto que ella toma en serio la posibilidad de quitarse la
vida ni bien es abandonada por él; sin embargo, Gaudens, el enamorado, que se
carcomía viendo su romance con el viejo, la rescata de la depresión y logra su
objetivo: casarse con ella.
Lo que se suponía un matrimonio feliz, vira en un maltrato psicológico en el que Gaudens no
deja de sacarle en cara todo lo que ella hizo con Saint - Denis y lo que este
la obligaba hacer para satisfacerlo. Harto de los fantasmas, cansado de que se
hayan burlado de él, el neófito marido llega a una solución acorde con su
engreimiento: matar al escritor. Así de simple.
Chabrol es un contador
de historias. Nada más. Conoce su oficio. Pese a que la película no pocas veces
amenaza con írsele de las manos, logra redireccionarla en el sentido del cantado
desenlace: que Gabrielle declare en el juicio a favor de su esposo, aduciendo
que actuó bajo los efectos de la enajenación, deshonrando así la memoria del
escritor, escritor que no puede, ni podrá olvidar.
La obra de Chabrol es
impresionante, más de cincuenta películas en las que ha transitado por
distintos géneros, siempre privilegiando el Asunto, es decir, la historia, el
argumento. Chabrol no es un estilista de la imagen, mucho menos un depurado de
la técnica, pero vaya que sí tiene las cosas claras al momento de narrar. La mujer partida en dos no es su mejor
trabajo, pero qué importa, este se deja ver con sumo placer, como para pasar el
rato sin sentir que has estado perdiendo el tiempo.
viernes, abril 05, 2013
'Trilogía sucia de La Habana' de Pedro Juan Gutiérrez
Publicado en Lee por Gusto – Perú 21
…
Una de las lecturas que
guardo placenteramente en la memoria; una de las lecturas que recomiendo cada
vez que puedo; una de las lecturas capaces de transmitirte desde la más sublime
sordidez; esa lectura es, sin duda alguna, la de Trilogía sucia de La Habana del escritor cubano Pedro Juan
Gutiérrez (1950).
Como tuvo que ser, me
la recomendó uno de los más grandes lectores que conozco, Guillermo Niño de
Guzmán. No me la recomendó directamente, sino que el nombre del cubano salió
luego de que estuviéramos hablando de la tradición del realismo sucio. Para
aquel entonces mis ideas e impresiones no estaban muy claras sobre el realismo
sucio. Es decir, ya conocía su tradición, me gustaban Carver, Fante y Bukowski,
por citar a los que tenemos a la mano, pero a la vez los sentía demasiado
lejanos, como que no calaban del todo en mí; necesitaba experiencias escritas desde
mi realidad, en mi idioma.
Siempre he leído todo
lo que he querido. La falta de dinero jamás ha sido obstáculo para no leer. Mi
acercamiento a este librazo se lo debo a mi amiga Erika Miranda, quien en ese
entonces, 2001, trabajaba en la librería La casa verde, en su local de Larco.
Este libro costaba carísimo, más de cien soles, y quería leerlo sí o sí. Erika
me lo prestó, cuando no debía hacerlo, por un día. Solo un día. Me lo llevé a
casa y lo leí en una sola sentada.
La presente publicación
contiene tres cuentarios: ‘Anclado en tierra de nadie’, ‘Nada que hacer’ y ‘Sabor
a mí’, que dicho sea, no son hijos de la tradición del realismo sucio. Pensarlos
así no sería más que una definición reduccionista y limitada de lo que
realmente es: literatura de alta calidad que refuerza, una vez más para variar,
la rica tradición de la literatura cubana, quizá la más influyente, desde el siglo
pasado, y nutriente para el panorama literario latinoamericano contemporáneo;
pero influyente y nutriente desde el margen y el silencio estratégico, por eso
es que golpea tanto sin que nos demos cuenta, su campo de radiación no solo se
suscribe al neo-barroco, como podría pensarse.
Un escritor como Pedro
Juan Gutiérrez es un producto nato de su contexto (una isla y una dictadura),
contexto que ha abordado con una mirada nihilista, irónica, es decir, sin afán
de denuncia, abocándose únicamente a configurar personajes que a pesar de no
tener ningún tipo de futuro en cuanto a realización personal, se las ingenian
para pasarla bien. Y eso es lo que hacen, la pasan bien a punta de ron, baile,
conversas en doble sentido y mucho, muchísimo sexo, sazonado y condimentado con
un estilo narrativo duro, seco, directo… Navajazos directos en la yugular del
lector que lo dejan pensando y sumamente aturdido… Me pregunto: ¿quién no queda
aturdido con las detallada y ya mítica descripción de la perla en el glande,
perla en el glande con el único propósito de generar todo el placer posible a
las mujeres, y que ellas agradecen como nadie, en los interminables y sudorosos
encuentros hormonales consignados en casi todas las páginas?
Gutiérrez se vale de su
narrador protagonista Pedro Juan. Y no pudo elegir mejor estrategia narrativa,
puesto que todos los relatos están narrados desde una proximidad que convence,
una primera persona letal, brutal, un “yo” que desgarra y cercena. Además, no
sería nada descabellado leer el libro como una novela episódica, al menos esa
fue la sensación que tuve durante la primera lectura.
Pedro Juan se gana la vida como puede, tiene
sensibilidad para el arte, le gusta escribir y pintar, y solo espera de la vida
vivir todo lo que pueda, solo eso. No le interesa su futuro, ni inmediato ni a
largo plazo. Algo en él le convence de que jamás saldrá de La Habana. Tampoco
le interesa la política, le es indiferente. Por otro parte, las mujeres que nos
presenta Pedro Juan, son otra cosa, y no necesariamente por su exuberante y
tostada belleza, sino por su determinación, carácter, fuerza y alegría. En este sentido, las mujeres
de la trilogía son las otras grandes protagonistas. Sin ellas, sus aventuras se
verían demasiado resentidas. Es que él, para sobrevivir, y más allá de los
elementos básicos, como la comida, el vestido, el ron y la música, necesita del
sexo, de su práctica constante, del contacto carnal, y aprende, bastante, de
cada una de ellas, que encierran un mundo que repotencia y enriquece su visión
de la vida, de la vida que le ha tocado vivir en medio de la pobreza y la
violencia.
Algún tiempo atrás,
cuando hacía más seguido entrevistas a escritores, tuve la oportunidad de
entrevistar a este cubano. En una de mis preguntas hice referencia a la
recurrencia del sexo en su obra. El autor, en lo que sería una respuesta
honesta y festiva por igual, me respondió que en lugar de que sus personajes se
maten entre sí, él los ponía a “templar”, es decir, a “tirar”.
Como dije líneas
arriba, Trilogía sucia de La Habana
es literatura de alta calidad. Y si en caso la cartografiáramos en la tradición
del realismo sucio, pues quizá sería uno de sus primeros referentes. Y con todo
el aprecio que tengo por la obra de Bukowski, no deja de parecerme jalado de
los cabellos que a Gutiérrez se le califique, y se le venda, horror que también
comete su editorial Anagrama, como el “Bukowski tropical”, cuando lo cierto, y
a sus libros me remito, es que el isleño es superior en todo sentido al querido
Hank. Gutiérrez se expone más, es más escritor, es un artista de la escritura
cuyas historias sobrepasan la mera anécdota.
jueves, abril 04, 2013
martes, abril 02, 2013
lunes, abril 01, 2013
Desvargasllosiándose
Corría el año 2001 y
desde España se publicaba la primera novela de Jorge Eduardo Benavides, Los años inútiles, vía Alfaguara ni más
ni menos. Muchos, o casi todos hasta entonces, no sabían de la existencia del
narrador arequipeño. De la aparente nada un autor peruano irrumpía en el
mercado español. Sin embargo, Benavides no era tan nuevo que digamos. Años
atrás, cuando vivía en Lima, había publicado un más que aceptable libro de
cuentos, Cuentario y otros relatos. Y
al igual que muchos peruanos de los ochentas y noventas, tuvo que emigrar,
harto de esa pesadilla llamada Perú que pocas o nulas oportunidades ofrecía a sus
miles de jóvenes.
Los
años inútiles, al menos para mí, es la novela que
mayor tributo le rinda a lo mejor de nuestro Nobel, Conversación en La Catedral. Se trata de una muy buena novela
política, que reflejaba el inmenso talento de su hacedor, pero que a la vez lo
condenó a ser visto y ubicado como una especie de Vargas Llosa Kid.
El magisterio Vargas
Llosa no solo se limitó a su primera entrega en las distancias largas, también
se hizo presente en Un millón de soles
y El año que rompí contigo, y en algo
en el buen libro de cuentos La noche de
Morgana. Benavides intentó salirse del magisterio con La paz de los vencidos (novela ganadora del BCR 2008), que de lejos
es lo más flojo de su producción.
Ahora, las cosas
cambian. Su nueva novela Un asunto
sentimental (Alfaguara, 2012), nos pone a un escritor distinto, libre de
las ataduras vargasllosianas, en ejemplo tajante de parricidio, pero parricidio
con conocimiento de causa. Además, uno se quedaría corto catalogándola de muy
buena novela. Tampoco es una obra maestra, pero sí una gran invitación a una
historia de amor y desamor que se deja leer muy bien. Benavides ahora sí suelta
harto nervio narrativo, escribe de lo que conoce de cerca y sus recursos narrativos
son administrados de la manera en que lo hacen los que saben de verdad: sin que
se noten.
Libre de Vargas Llosa,
sí. Pero no libre de uno de sus temas recurrentes: la política, que en esta
empresa cumple la función de accesorio clave que nos permite entender a Dinorah
Manssur, que seguramente generará más de un mohín en los lectores que solo leen
con el ojo izquierdo, más de un mohín en ciertos nostálgicos izquierdistas del
terror que vivimos en los ochenta. Dinorah Manssur es la mujer fatal que
impulsa a Jorge Benavides (alter ego del autor) a buscarla e indagar sobre ella,
impulsado por la enajenación emocional y un solapado prurito hormonal, en doce ciudades
(Venecia, Berlín, Damasco, Barcelona, Estambul, Madrid, Nueva York, Tenerife,
Ginebra, París, Lima y Cusco).
El narrador
protagonista es un escritor que se mueve en la primera división de las letras
en castellano, por ello, su autor no tuvo mejor idea que incluir en su lista de
interpelados a una variedad de letraheridos, agentes y editores conocidos y
ubicados del imaginario literario, como Enrique Vila-Matas, Fernando Ampuero,
Alonso Cueto, Carlos Franz, Juan José Armas Marcelo, Javier Reverte, Jorge
Gorostiza, Mercedes Monmany, Juan Gabriel Vásquez y demás. A todos los trata
bien, excesivamente bien, tampoco la idea obedecía a entregarnos un recuento de
chismes literarios, por lo que también podría leerse el libro como uno sobre la
amistad, amistad a la que faltó un poco de puñete, porque el mundo literario, tanto
aquí como allá, dista mucho de ser cordial y desinteresado.
Pues bien, hay una
presencia que aturde a nuestro narrador protagonista: el escritor Albert Cremades,
el causante de su obligada insania viajera. En un momento, bajo la guía de una
lectura ligera, podría pensarse que la historia de amor que Cremades le cuenta
a Benavides en Venecia es lo que enciende su curiosidad por aquella mujer que
fue su traductora en Damasco, pero a medida que avanza la novela, nos damos
cuenta de que, más allá de los efectos emocionales, es la inquietud creativa,
el hecho de saber que puede estar ante una historia que remueve su
inconsciente, lo que lo lleva a seguirle los pasos.
Entonces, aparte de una
historia de amor, la novela es, en todo sentido, una especie de canto al
proceso creativo, pero no desde la posición metaliteraria, sino desde su margen
vital. Lo que hace Benavides es tomar apuntes, memorizar y proyectar una
estructura de búsqueda, convirtiéndose en un detective tras los pasos de lo que
parece ser un objeto en constante huida. Y el cierre de la peripecia, en la
ciudad en donde empezó todo, Venecia, no pudo ser mejor: Benavides
emborrachándose con un Cremades que pone las cosas en su lugar, aclarándole
todas sus inquietudes y afianzando aún más su innata vocación de buscador de
historias.
Un
asunto sentimental se impone por puntos. Bien sabemos que
Benavides no es muy dado a la condensación en novela, a excepción de
La paz de los vencidos; lo suyo es
mostrarnos novelas grandes y ambiciosas; y en este caso sí hubo necesidad de
supresión de páginas y frases, no por flojas y mal escritas, sino en pos de un
mayor efecto narrativo. Sin embargo, debo decir que lamento no haberla leído en
su momento. Más de un amigo me decía que se trataba de lo mejor de su obra, y
no solo me aúno a la opinión, sino también la catalogo, algo tarde, como la
mejor novela peruana del 2012.