martes, enero 31, 2017

609

Mientras desayuno huevos revueltos, tostadas, café y jugo de naranja, miro el derrumbe del periodismo peruano, como una realidad que se veía venir, aunque esta ya estaba instaurada en el imaginario de la ciudadanía, solo que los primeros sorprendidos han sido los mismo periodistas, que conscientes de su crisis, se resistían precisamente a ser conscientes de su delicado estado de gravedad. Claro, hay excepciones, pero la mayoría, hasta los llamados independientes, son responsables de esta crisis que debe motivar una profilaxis. Sobre este tema, publicaré un post en los próximos días.
Termino de desayunar, leo lo que me falta de los periódicos del día. Lavo los platos del desayuno y me dispongo a trabajar. Me espera un día largo, con más de cuatro sesiones de ducha, más una visita a la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional, que será en la tarde noche, porque ni hablar salgo durante el día, aunque ayer tuve que salir, estuve fuera todo el día, siempre cuidándome de los embates del calor, sometiéndome a esa disyuntiva de las 3 de la tarde. Me encontraba en la intersección de la Vía Expresa con Ricardo Palma. Había que pensar rápido, puesto que tenía que estar en el café Don Juan a las 4. 
Tomar un taxi o ir en el Metropolitano. Lo del taxi quedó descartado, apártate de achicharrarme, este proceso demoraría más de la cuenta. Igual, en el Metropolitano me achicharraría, pero en menos tiempo. Y tomé la ruta C. En menos de 20 minutos llegué al Centro Histórico. Sudé como un animal, pero como indiqué, el trayecto fue corto. Llegué con anticipación a mi reunión en el Don Juan, pedí una limonada frozen y me puse en onda con la relectura de Diario de Moscú de Walter Benjamin. Relectura ideal para este tiempo de fascismos.

domingo, enero 29, 2017


608

Cosa extraña, pero no menos gratificante, levantarse con el “Good Morning, Good Morning” del St. Pepper´s de The Beatles. La somnolencia desaparece y me siento ribeyriano solo por el día de hoy.
Me preparo café, aunque previamente, hago una serie de pesas en cada brazo y bebo agua fría. Mi perro se me queda mirando. Mis padres han salido temprano y la casa, en su soledad, se convierte en el espacio idóneo para descifrar mis sueños de la madrugada. Tengo presente lo que me dijo hace un tiempo mi amiga Erika en cuanto a los sueños, sobre su cualidad de privilegio. Lo que soñé no fue un sueño, pero tampoco una pesadilla. Al igual que los híbridos narrativos, este sueño se caracteriza por haberme sumergido en la perplejidad. Pienso en su posible origen, que rastreo en algunos libros que he estado leyendo últimamente, como también en algunas películas iraníes. Como fuere, me he convertido en una extensión de esa perplejidad.
Se me antoja desayunar y salgo a comprar pan con chicharrón, también los periódicos del día. Pero antes le pongo la correa al falso pekinés, Onur. El falso pekinés experimenta una posesión cada vez que escucha el sonido de las hebillas de su correa. Me salta de la misma manera en que recibe a mis padres cuando vienen de la calle. Se pone tan inquieto, en muestra de su felicidad, que me veo obligado a detenerlo para colocarle con su correa. 
La mañana nos deparará más de una sorpresa.

607

Creo que las actuales generaciones de peruanos no olvidarán lo que ocurrió el último viernes.
26 distritos de Lima sin agua a causa de los huaicos y lluvias, que obligaron a los inútiles de Sedapal a cortar sin previo aviso el suministro de este elemento básico, al menos para los que nos bañamos.
En lo personal, puedo aguantar todo, hasta los insultos de anónimos virtuales, pero no bañarme tres veces al día, ni hablar. Felizmente, siempre estoy preparado para esta suerte de impases, como si me alistara para una catástrofe nuclear.
Conversé al respecto con los más talentosos de los Zepitas, aunque al decir talentosos, solo me refiera a “Jeremy” y “DK”, no a “Mr. Chela”, ni mucho menos “Frejolada”, que aparte de carecer de talento y lecturas, matan el tiempo en el cachetadismo a cambio de chelas y pasajes. Pero también conversé al con otras puntas, diciéndoles que lo del viernes era cosa de todos los días en las décadas del ochenta y noventa.
Ya era hora que esta nueva generación entendiera y valorara ese elemento esencial para nuestra subsistencia y les animé a que colaboren con ayuda para nuestros hermanos afectados. Todo sirve, sin interesar la cantidad, solo la genuina voluntad de ayuda, puesto que hay hermanos que lo han perdido todo.
En las últimas horas me estado informando al detalle de las burradas llevadas a cabo por Trump. Y mientras leía sobre sus últimas acciones, pensaba en el libro del reconocido filósofo estadounidense Aaron James, Trump: Ensayo sobre la imbelicidad, que leí hace no más de tres meses. De James podemos esperar buena prosa y rigor analítico, sin embargo, en este libro el autor se dejó ganar por aquel factor que termina beneficiando a tu objeto de crítica, lo que esta tanto busca en quienes la señalan: la bilis. Pues bien, esta bilis la vengo percibiendo en no pocos que critican a este fascista del Siglo XXI. En este tipo de circunstancias es cuando más debemos exhibir reflexión sobre el tema que nos aturde, no caer en la naturaleza del fascista, que eso es lo que busca, bilis para contratacarla con cultura barrial. En la reflexión la bestia se verá acorralada. Ese es el camino.
Cerca de la seis de la tarde me puse a ver en Travel and Living, en realidad fue un error mío en el zapping, pero me quedé en ese canal, puesto que pasaban un sugerente concierto de ballet, de endiabladas mujeres que se movían como si estuvieran poseídas por un espíritu lujurioso. Ese concierto era parte de un documental, sobre el híbrido que también ha llegado al ballet, que, según los especialistas del documental, cada día viene abandonando la pureza de su registro. 
Después me dispuse a hacer lo que en otras situaciones haría los domingos. La razón es muy sencilla: el domingo en la noche me consagraré al Royal Rumble. Yo le voy a Brock Lesnar. Y también  a la lectura de La calle Great Jones de Don DeLillo.

viernes, enero 27, 2017

"arrival": villeneuve en estado de gracia


Si hay un cineasta al que deberíamos comenzar a seguir, ese cineasta es el canadiense Denis Villeneuve. En la coherencia de su obra, en los circuitos de su tratamiento, ha demostrado que no se hipotecará a los intereses comerciales, aunque esto no quiera decir que se muestre como un renegado de la industria hollywoodense, por el contrario, es parte de esta maquinaria aunque no lo sea, privilegio que solo contados directores pueden exhibir en un circuito por demás carnicero cuando se trata de destazar talentos y poéticas.
Con lo que hemos visto de él, nos basta y sobra para catalogarlo como uno de los más importantes cineastas hoy por hoy en el mundo. Y los hay para todos los gustos, porque su trabajo se enriquece en una serie de temáticas distintas entre sí, cualidad que a más de un colega habrá obligado a tenerlo como referencia, como también a ser considerado como un director de respeto entre los cinéfilos. Pensemos en Polytechnique (2009), brutal recreación de la “Masacre de Montreal”, ocurrida en 1989, en la que dos estudiantes desquiciados asesinan a 14 estudiantes del École Polytechnique, víctimas que exhibían una característica común: eran mujeres. Aquí el director hace uso de recursos mínimos, hasta podríamos decir que estamos ante un trabajo seco, dependiente exclusivamente de los gestos de sus desquiciados asesinos que comparten una misoginia alimentada por la superioridad de sus compañeras del politécnico en cuanto a su futuro estudiantil y, por consiguiente, laboral. Este trabajo le significó a Villeneuve la proyección internacional que venía buscando en el circuito independiente y comercial de su país.
Cuando muchos creían que su futuro estaría en tierras gringas, tuvo que demostrar otra vez su talento. Y lo hizo con la película que es catalogada a la fecha como su obra maestra: Incendies (2010). Al respecto, ningún amante del cine que se considere como tal puede darse el lujo de pasarla por alto. Algo densa en principio, pero magistralmente reveladora en su alcance al radiografiar la naturaleza humana, en especial, cuando esta condición humana se relaciona con la violencia política. Dos hermanos reciben dos sobres de su madre que acaba de fallecer, en cada sobre una carta, que deberán a su padre (que creían muerto) y al hermano por parte de madre perdido en el Líbano. Los hermanos se dirigen hacia el país materno y de esa travesía no solo saldrán hechos pedazos, sino también redimidos en cuanto a la difícil relación que tuvieron con su progenitora.
Tres años después, en el 2013, Villeneuve debuta en el mercado estadounidense con la muy cumplidora Prisoners, que pudimos ver en la cartelera local. Bajo ningún punto de vista podríamos decir que era su mejor trabajo, pero con lo mostrado, se ubicaba por encima de la media de películas que dependen de una fórmula narrativa. Ese mismo año, presenta otra película en su país, Enemy, una parcial adaptación de la novela de José Saramago, El hombre duplicado. Aquí contó también con el protagonista de Prisoners, Jake Gyllenhaal, quien se desempeña en un doble rol, como el historiador Adam Bell y el actor de reparto Anthony Saint Claire. En esta producción Villeneuve manifestó su apegó por personajes quebrados y al borde de la vesania, que ocultan un pasado que solo pueden reprimir en la experiencia onírica, la única capaz de trastocar su inmediata realidad. Por cierto, este dato nos permitirá entender la configuración moral de la protagonista de su última película.
En el 2015, Villeneuve brindó un ejemplo más de su capacidad para narrar sin depender de un genérico recurrente. Hasta el momento, las películas mencionadas del director proyectan una marca de agua que eleva su poética creativa: se hace cargo de proyectos en los que tiene prohibido repetirse temáticamente. Por eso, más de uno manifestó su sorpresa con una película cuyo tópico está en auge en el cine y las series, sorpresa porque se encontraban ante una mirada distinta, pero no menos brutal, del narcotráfico. Sin embargo, el seguidor de Villeneuve no se sentía parte de esa sorpresa, más bien, corroboró lo que podía esperar de él. Para variar, la excelente Sicarios tuvo un paso por demás fugaz en nuestra “maravillosa” cartelera local. Siendo una muy buena película no despertó el entusiasmo de los espectadores limeños, solo de la crítica local que se percató que en la obra de Villeneuve había algo nuevo, una mirada fresca y una capacidad para hacer sencillo proyectos que en teoría pintan de sumamente difíciles.
Eso es lo que hace Villeneuve: hace sencillo lo que no es. Nos sumerge en una nueva mirada a cuenta de géneros ya recorridos y de los que solo podemos esperar una guía de manual. La realidad actual de Villeneuve nos hace recordar a los inicios y posterior consagración de otro grande: Paul Thomas Anderson.
Tal y como me lo comentó una joven escritora peruana: a lo Rodrigo Fresán sobre El fondo del cielo, parafraseándolo: su último trabajo es una película de ciencia ficción sin ciencia ficción.
Arrival (2016), adaptación de la novela corta Story of Your Life de Ted Chiang, ha llegado a nuestra cartelera por cuestión de gracia y desde este espacio sugerimos su visión como si fuera una experiencia excluyente. No hablamos de una obra maestra, aunque esta apreciación bien podría cambiar en los próximos años. No hay que presas de los entusiasmos inmediatos.
¿Cómo narrar un registro del que se ha narrado lo suficiente y con más de una obra maestra en el camino? ¿Cómo contar la llegada de una flota de naves especiales, cada una ubicada en los cielos de doce ciudades del mundo, hecho que genera la alarma de los países líderes y de la población, sin caer en la repetición del género?
La lingüista Louise Banks (Amy Adams) y el físico Ian Donnely (Jeremy Renner) son contratados por la ONU con el objetivo de comunicarse con los extraterrestres y, de esta manera, saber cuáles son sus intenciones. Sin embargo, a medida que pasan los minutos nos percatamos de que la película no es lo que se le anunció al espectador, sino un relato sobre la comunicación. En este sentido, Villeneuve explota el personaje de Adams, que aparte de ser una lingüista reputada, arrastra el luto de una hija que murió muy joven. Hablamos de la configuración de un tipo de personaje afín al gusto de su director, quien, como ya indicamos, es un adepto de almas quebradas, aunque a diferencia de trabajos anteriores (a saber, Enemy), ahora deja en evidencia un discurso sensiblón que bien pudo evitarse. En Banks hallamos los momentos epifánicos de Arrival. Adams sorprende en su rol, sin duda el más logrado de su carrera, puesto que por medio de su personaje, Villeneuve alcanza el artístico nivel emocional que asegura a Arrival como una película diferente a su inicial nomenclatura, convirtiéndola en una feroz introspección psicológica. Además, gracias a la soberbia actuación de Adams accedemos a esas escenas de antología en su interacción con los extraterrestres. Interacción que cualquier espectador con derecho al escepticismo pudo dudar de su desarrollo, pero consideramos que poco escepticismo debió quedar detrás de un proceso comunicacional que apela a la semiótica, pero llevado con un voltaje emocional que la distingue y que, por ende, resulta medular en el curso de la trama. Hablamos de un mérito del director, no todos están en capacidad de administrar inteligencia y emoción.
Como ya sabemos, Arrival compite en la categoría de Mejor Película en la próxima edición del Oscar. Sabemos también que Adams no está nominada a Mejor Actriz. No importa ni lo uno ni lo otro. Al igual que los buenos libros, las buenas películas saben abrirse paso en la esencia de su legitimidad, muy ajenas a las engañifas de los premios.
Consignemos también que Villeneuve ha mostrado en el género de la ciencia ficción que es un director con una mirada nueva. De momento, solo podemos esperar lo mejor de su siguiente proyecto: la segunda parte de Blade Runner.

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Publicado en BS

jueves, enero 26, 2017

incoherencia hipster


Un artículo del escritor español Hernán Migoya pone de manifiesto nuestra precaria y triste realidad cultural, esta vez relacionada al distrito que se precia de ser el más artístico y cultural del país. Al parecer, a Migoya no le basta con retratar a la Lima de los últimos años, sino que contra su voluntad nos ofrece ahora un fresco por demás vergonzoso de cómo se administra un bien cultural como una biblioteca.
No es para menos, la riqueza histórica y cultural de Barranco lo convierte en un foco de atracción no solo para peruanos, sino también para extranjeros, más aún cuando estas sensibilidades vienen excitadas por un poliédrico afán de aventuras, entre ellas, las existenciales.
Sería ocioso hacer una lista al vuelo de las virtudes culturales que exhibe el distrito. Si Barranco es lo que es, lo es gracias a su cultura, y si su cultura es lo que es, lo es gracias a la literatura que ha inspirado e inspira este distrito.
Quien esto escribe no vive en Barranco, pero voy a Barranco tres veces por semana. Y lamento, ya sea por sobradez o porque libros no me faltan, no haber entrado jamás a la biblioteca Manuel Beingolea, ubicada en la Plaza Central del distrito, que siempre imaginé provista de joyas bibliográficas. Al menos, esto es lo que uno puede imaginar con la pintaza que su arquitectura proyecta en el transeúnte.
Asumo también el artículo como una revelación del material del que están hechos los hombres y mujeres que hacen suyo el discurso cultural, porque este problema, no solo es de los barranquinos, sino también de toda persona vinculada al mundo del libro, ya sea desde el oficialismo o el activismo político-cultural. Entonces, estamos ante una prueba de la falsedad de este discurso, ante una prueba irrefutable de la trepaduría que configura a los hombres y mujeres que no solo hacen discurso, sino también dinero, en base a la importancia de la lectura. No estamos ante un problema distrital, y quien lo piense así, pues que se ponga a averiguar del legado cultural, sea histórico y actual, de Barranco. 
El discurso cultural hecho en Perú, a saber, solo se limita a llenar la boca de palabras motivacionales sobre la difusión de la lectura. Resulta pajita, brinda cierto prestigio, pero este discurso no demora en exhibir sus agujeros cuando ves la calamidad de una biblioteca de un distrito emblemático, biblioteca que más parece un puesto de venta de libros piratas. Y quizá peque de prejuicioso, pero estoy seguro de que más un figurón/figurona no tiene la más mínima idea sobre quién fue Manuel Beingolea, estupendo narrador al que deberíamos rescatar, y del que espero (iré en los próximos días) encontrar al menos un ejemplar de un libro suyo de entre los 6000 libros que los encargados de esta biblioteca aseguran tener guardados en un espacio fuera del alcance de los lectores. Aunque indiquemos también que este problema sobrepasa a los encargados de la biblioteca, que, imagino, cuentan con poco presupuesto del gobierno edil, pero ello no los libra del mal gusto que se ve hasta en la disposición de los libros en los anaqueles.

606

Vuelvo de a pocos a las noticias del día. Y cada vez estoy más seguro de que el escándalo de Odebrecht le ha quitado la valentía a más de un intelectual/artista revoltoso de izquierda. No es para menos, los observo en las mañanas, mientras desayuno mi pan con jamón y queso, jugo de naranja y café. Ahora sus quejas recurrentes son otras, o, en el colmo del cinismo discursivo -apelando al olvido, por ello, a la carencia de autocrítica-, direccionan sus quejas a blancos más fáciles, a saber, las ratas del Apra. ¿O me van a decir que nunca defendieron a Nadine hasta el final?
Felizmente, sus nuevas pataletas me demoran lo que me demanda acabar mi pan con jamón y queso: 3 bocados.
Mientras lleno la jarra con agua, jarra que me llenaré más de una vez, al igual que todos los días, pienso en un texto de ficción que debo presentar a más tardar en abril. Me explico: a inicios de año se puso en contacto conmigo un editor y me preguntó si podía participar en la antología que viene preparando. Le acepté encantado sin preguntarle quiénes estaban en esa antología, aunque el editor me adelantó segundos después algunos nombres.  Al respecto debo reafirmar mi convicción en el poder de la literatura, porque solo en ella puedo estar reunida con gente con la que me sería inadmisible sentarme a conversar, y de suceder esa conversa en un contexto apocalíptico, manifestaría lo mismo que he dicho de cada uno desde este blog, en cambio ellos, y sabiendo que son expertos en la valentía virtual, no me dirían nada, ya sea por cobardes o porque se estarían derritiendo a razón de su trabajada y falsa superioridad moral. 
Horas después aprovecho en ordenar algunas películas en DVD que estaban invadiendo peligrosamente mi escritorio, entre ellas llama mi atención una de Armando Bó, Intimidades de una cualquiera (¿cómo llegó a mi escritorio?, ni idea, aunque imagino que fue en el momento que cogí un grupo de películas sin prestar atención a sus títulos), protagonizada por la actriz de culto Isabel Sarli. Bueno, así la consideran, de culto, y pensé si era o no una exageración catalogarla de esa manera, pero no me hice problemas, las frivolidades tienen un espacio privilegiado en mi memoria cinéfila.

miércoles, enero 25, 2017

605

A partir de hoy comenzaré la relectura de El fondo del cielo de Rodrigo Fresán. Venía pensando en qué libro leer luego de ver Arrival de Denis Villeneuve, lo pensaba sin hallar el título del libro que complementara la elevada sensación que me dejó la película, que por cosas extrañas de la vida, la tuve que ver en la función de las 11 de la noche, saliendo de La Rambla de San Borja a la una de la madrugada de hoy.
Caminaba por una ciudad semivacía, pensando en Amy Adams, en cómo los reparos que tenía hacía ella se deshacían de a pocos, como pompas de jabón. Refuerzo pues mi idea sobre el destino de algunas actrices, que las hay no pocas, con envidiable capacidad histriónica, pero que nunca obtienen el rol con el que puedan exhibir su talento. Adams tuvo el rol que otras no y lo supo aprovechar.
No interesa cuál sea el futuro de esta película en su mediático futuro inmediato, y lo digo en relación a la porquería de los Premios Oscar, porque esta va mucho más de ese estofado de intereses.
Pero esta película también refuerza lo que vengo pensando de su director, fácil lo mejor en dirección hoy por hoy. De Villeneuve, sugiero, si aún no la has visto, su obra maestra: Incendies. 
Como me acosté tardé, creí que me levantaría tarde, pero lo hice cuatro horas después. Revisé mis mensajes de Inbox y encontré el de MJ, que vio Arrival días antes que yo. Ella me comenta de esta novela de Fresán, sobre la motivación espiritual de la que también podría nutrirse la película: “una historia con ciencia ficción no de ciencia ficción”. Dio en el clavo.

lunes, enero 23, 2017


"las chicas"

El éxito de crítica y lectoría de la novela Las chicas (Anagrama, 2016) de la joven escritora norteamericana Emma Cline (Sonoma, 1989), nos lleva a pensar, una vez más, en el magisterio de la tradición narrativa estadounidense. La razón es muy simple: una escritora como Cline es producto, un eslabón, de la cadena literaria de la tradición a la que pertenece. Pensemos en su novelística y cuentística de los últimos treinta años (no retrocedamos para no quedar abrumados y destruidos ante semejante tumultuoso mar narrativo). En este sendero narrativo hallamos una cualidad común: un respeto por las leyes clásica de la narración, un conocimiento de causa de la linealidad, de la que se parte para dar rienda suelta a la libertad temática y estructural, del mismo modo para seguir y forjar obra en esa linealidad. Bien sabemos que en ambas orillas tenemos exponentes de temer, a saber, los más conocidos: David Foster Wallace y Jonathan Franzen. Es decir, somos testigos de una toma de consciencia por parte de sus autores al enfrentarse a sus respectivos proyectos, no importa si estos vienen motivados por la fama y el reconocimiento, motivaciones totalmente lícitas, por cierto.
Sobre esta toma de consciencia en el oficio narrativo, sugiero la lectura de la imprescindible novela de Don Carpenter, Los viernes en Enrico´s, la misma que fue terminada por otro grande de la narrativa gringa actual, Jonathan Lethem. En esta novela, con personajes escritores en ciernes, asistimos a una característica recurrente: la seriedad de sus protagonistas en relación a la práctica de la escritura de ficción. Desde el más talentoso hasta el menos dotado para escribir, todos exhiben un compromiso con la escritura, oficio que no conoce de pasatiempos, sino la entrega total en un ejercicio por demás excluyente. Claro, esta entrega total no garantiza que todos vayan a gozar del anhelado reconocimiento. Por ejemplo, si ahora disfrutamos de los cuentos de Lucia Berlin, es porque como ella hubo muchos hombres y mujeres atribulados por la vida que se quedaron en el camino de la experiencia creativa; y si en estos meses venimos enfrentándonos a una narradora como Cline, es porque no pocas chicas que querían escribir no pasaron las fronteras del entusiasmo.
Imaginamos que Las chicas supuso para su autora un reto que antes habrá desanimado a más de una pluma. Más aún cuando tratándose de una primera novela. No es para menos, puesto que de su tema se ha escrito demasiado, habiendo para todos los gustos, desde las sesudas crónicas hasta textos que alardean de un efectismo digno del burdo repaso. Nos referimos a los años del auge del hippismo, del amor libre, de la experimentación con drogas y de su capítulo negro: la matanza llevada a cabo por el clan de Charles Manson. Bien sabemos del crimen cometido por La Familia del Amor, grupo que masacró a la esposa del cineasta Roman Polanski, la actriz Sharon Tate, de 26 años y a la que le faltaban dos semanas para dar a luz, y a tres amigos suyos con los que celebraba una reunión, en la noche del 9 de agosto de 1969.
¿Cómo escribir de un asunto del que, como ya se indicó, se ha escrito demasiado? ¿Cómo enfrentar una empresa narrativa sin caer en el mero recuento generacional? Estamos ante preguntas que tranquilamente pondrían contra la pared el proyecto novelístico de cualquiera. Sin embargo, pese a su juventud, Cline sale airosa de lo que parecía imposible. Su estrategia: narrar desde el asombro, haciendo suya la impresión primeriza. Eso es lo que vemos en su narradora protagonista, Evie Boyd, dueña de una voz pautada por la sensibilidad, sensibilidad que eclosiona al ver en un parque a un grupo de chicas distintas de las demás, las cuales eran dirigidas por Suzanne. La atracción por ellas se convierte en obsesión, por ello no duda en fugarse con ellas días después de volverlas a encontrar. Boyd es una adolescente quebrada, su vida necesita de un periplo aventurero inmediato, de la experiencia como destino.
En la voz de Boyd, Cline narra en desde la madurez y la juventud. En los dos tiempos el asombro se plasma con rigor, gracias al oficio de su autora, aunque nos quedamos con la voz de la Boyd adolescente. Además, Cline se centra en la vida de Boyd en comunidad con las chicas, no en lo que vino después, que es un pretexto, un marco que ayuda a configurar el contexto histórico y generacional. A Cline le interesa mostrar la radiografía moral de las chicas, en especial la relación ambigua entre Boyd y Suzanne. De esta manera, la autora supera la imposibilidad inicial del proyecto, alejándolo del lugar común harto conocido, elevando la narración como un manifiesto de la degradación humana como única vía de autoconocimiento.
Toda novela no es libre de sus zonas erróneas, y esta no es la excepción. Pero estas zonas de debilidad, viéndolas desde la distancia de la lectura, son ineludibles, y solo se suscriben a sus primeras 73 páginas, que valen la pena superar, porque resultan necesarias para la experiencia novelística que sigue y que no dudamos en agradecer.
Estamos convencidos de que Cline se tomará el tiempo suficiente para entregarnos su siguiente novela. Ahora, lo que enseña también una novela de gran factura como Las chicas es que la escritura y publicación de una novela no tiene que ser una alocada carrera por mantenerse en la atención mediática. La madurez narrativa no siempre va a asociada a la edad.

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Publicado en Sur Blog

domingo, enero 22, 2017

604

La lluvia de verano se manifestó ayer y me gustó ese espectáculo propio del clima limeño, pero no hay nada como las puestas de sol, que según una querida amiga, no se puede comparar con las puestas de sol de otras partes del mundo, que las de Lima son únicas. Empapado y con cierto riesgo de coger un resfrío, me dirigí al centro. En el taxi, seguí leyendo las páginas que me faltan de Nicotina de Gregor Hens. Para mi buena suerte, el trayecto no se manchó por el tráfico, la demora estuvo dentro de lo que se puede esperar de los cuellos de botella de la hora punta. La fluidez de la carrera se debió a la lluvia, que obligó guardarse a más de uno. Lo que para otros era una desventaja e inevitable oportunidad de contemplación, a mí me permitió llegar a mi reunión, superar el retraso y estar dentro del natural margen de tolerancia.
Aproveché en tomar algunas fotos que inmortalicé en mi Instagram, fotos del interior de un edificio de Ocoña, que como todo edificio del centro, sus interiores son de mármol y su arquitectura exhibe buen gusto e historia, que sugiero conocer a los habituales del centro, a ser parte de la radiación de la experiencia más allá de la borrachera y la mediocridad existencial.
Después de algunas horas, cerca de la medianoche, caminé hacia el destino inmediato, Quilca. Pero segundos antes de llegar, me encuentro en Camaná con los amigos del colectivo El Rock Liberado, que me pasan el dato de un homenaje a Boui a un año de su muerte. Por un momento lo pensé, pero mientras lo pensaba, fui a Quilca, por nada en especial, solo para ver cómo estaba esa calle un sábado en la noche, que suponía cómo debía estar, pero bien sabemos que la curiosidad es el acicate de las almas adrenalínicas e inconformes. 
Pasé por el bar Don Lucho, que atendía como si nada hubiera pasado. El único cambio, solo de dueños. E imaginar los miles de lamentos que contra mi voluntad tuve que leer/ver en las redes por su desaparición, en ejemplo irrebatible de la opinión rápida y sin reflexión de esta época de velocidades, en la que vale ser el primero en opinar, no importa si piensas o no lo que digas. Era algo elemental: un bar como Don Lucho cumple su función, más aún en estos tiempos de validez comercial: es rentable. 

sábado, enero 21, 2017


viernes, enero 20, 2017

603

Todo el día fuera, caminando la mayor parte, y sudando. Creo que habré perdido diez kilos. A lo mejor ese sea el secreto para bajar de peso: caminar y caminar, desafiando la inclemencia del sol, porque calor, y mucho, sentí, pese a que el cielo mostraba su recurrente grisura triste. A las 10 y 30 de la mañana me encontré con JC en la puerta de la BNP. De allí caminamos por San Borja, conversando de los temas importantes y excluyentes de la literatura peruana. No siempre estamos de acuerdo, pero en los principios, sí. Esa sola caminata de hora y media nos habrá quitado al menos cinco kilos. El duchazo se imponía y mi amigo tomó un taxi a su casa. Por mi parte, sudaba como un chancho y me unté más bloqueador que lo normal. El duchazo era una necesidad, pero no tenía tiempo. Debía ir al centro para encontrarme con Jaime en la Casa de la Literatura Peruana. Me detuve en una tienda y compré una botella de agua mineral. Una amiga me llamó para hacerme una consulta y le dije que la ayudaría en todo lo que pudiera, se lo dije mientras miraba a una chica de no más de un cuarto de siglo, sentada en la banca del paradero entre las avenidas Guardia Civil y Canadá. Tenía las piernas cruzadas y con la rodilla izquierda sostenía un libro, que en principio se me hizo conocido, y para salir de dudas, me acerqué. La chica de no más de un cuarto de siglo leía la obra completa anotada de Conan Doyle en una gigantesca edición de papel cuasi biblia en Cátedra. Por algunos segundos me enamoré. Leer a Conan Doyle en pleno sol, con el ruido de los autos y micros, leyendo cuando la media de personas mira sus pantallas móviles, es un genuino acto de amor por la lectura. Muchas veces he leído en paraderos, pero nunca con este calor de mierda, y cuando lo hacía, siempre en una edición de bolsillo debido a la comodidad. Estuve a punto de hablarle. Pero decidí no hacerlo. No me gustan que me interrumpan y no me gusta interrumpir cuando alguien lee, menos aún en estas circunstancias climatológicas.
Paré un taxi y me bajé en la Estación Canadá del Metropolitano. Para mi buena suerte, pasaba la Línea C ni bien acabada de bajar las escaleras.
Caminé por Carabaylla hasta la Casa de la Literatura, e imposible no encontrarte con amigos y conocidos, con los que intercambié algunas palabras al paso y que se sorprendían al verme, porque saben bien que yo durante el día no salgo. Seguí mi ruta y en la Plaza Mayor inmortalicé algunas fotos en mi Instagram. En la Casa de la Literatura me ubiqué en la zona de bancas y mesas que me ofrecen la vista del río Rímac y esperé a Jaime, con quien fui a almorzar. Conversamos mientras mirábamos sin mirar el discurso de Trump.
Bajé por Camaná y pensé en si debía llamar a mi querida amiga Charlotte, pero no lo hice porque me encontraba cansado, además, nuestras conversas son maratónicas. Al llegar a la esquina de Quilca y Camaná, me cercioré de la catástrofe que embarga al pueblo quilquense, a sus habituales y turistas que se la quieren dar de malditos los fines de semana. Así es, vi cerrado el bar Don Lucho. De ese bar tengo muy buenos recuerdos y no creo que desaparezca, será el mismo bar pero con diferente dueño. Pero antes de cruzar la esquina de Quilca y Camaná, vi un nuevo local de venta de libros, que antes fue una cafetería-restaurante. Regresé y me puse a observar sus libros, que puedo calificar de interesantes y no dudé en comprar tres. Pero antes de comprarlos, me cercioré en su librero. Fernando. Me alegró ver a un pata como él desempeñándose como librero. Y lo digo porque lo conocí en mi etapa de librero y lo formé en lecturas. Pero lo admirable: es un joven que se ha hecho solo. Sé que a ese negocio le irá bien porque hay un librero allí. No me cansaré de decirlo: no es lo mismo un librero que un vendedor de libros. Si él se lo propone, con el tiempo podrá ser el mejor librero del Perú, uno que te hable de lecturas y que su mundo no esté infestado de cuentas, ventas y reventas, signos ineludibles del mercachifle. Felicité a Fernando y seguí mi camino por Camaná, en dirección al Parque Francia, pero antes de llegar al parque, entré a un galpón de libros con el fin de saludar a una amiga. Sin embargo, ella discutía con su esposo, y para pasarla me puse a revisar sin revisar las rumas de libros. Mi idea era saludarla y conversar un toque con ella y regresar a casa lo antes posible para el segundo duchazo del día. Pero la discusión entre ellos hacía imposible mi espera, porque no me gusta esperar. Pasaba los libros de las rumas, hasta que encuentro una edición de Miami y el sitio de Chicago de Mailer. Conozco el libro, hasta tengo una edición de este título en Capitán Zwing, pero siempre seré un apasionado de las páginas teñidas de sepia, de la historia que exhiben a la fecha ediciones como las de Tiempo Contemporáneo de Argentina. Compré el libro. Y me retiré del galpón, en donde ocurriría una matanza más entre mi amiga y su esposo. 
Llego a casa y me recibe Onur con endemoniados saltos. Me arrodillo, cojo su cabeza y lo miró bien para llegar a la conclusión de siempre: es un falso pekinés.

digna de su tradición

Luego de la presentación de Batalla al borde de una catarata (Esdrújula) de Eduardo Chirinos (1960 - 2016), me puse a pensar en algunas impresiones que señalé durante la misma, como también en otras que pensé después. Mientras escuchaba a los presentadores, una sensación incómoda se apoderó de mí, puesto que es un libro que leí a destiempo y que de haberlo hecho cuando debí, sin duda hubiera figurado en mi recuento. Pero también esa incomodidad es una oportunidad para poder recomendarlo, sin necesidad de consignarlo en conjunto.
Por un lado, no sé si llamarlo antología, aunque tenga ese espíritu. Y como bien dicen lo que saben, pienso en Pere Gimferrer, las antologías se leen por sus prólogos. En apariencia, el prólogo de Chirinos podría parecer descriptivo debido a su brevedad (4 páginas), pero sus páginas son tramposas, mentirosas, que de cumplidoras no tienen nada. Por el contrario, en el prólogo se cuestiona la lectura que hacemos de nuestra tradición poética. Estamos pues ante el texto de un auténtico amante de la poesía peruana, que propone leerla con riesgo y creatividad, y vaya que lo hace al considerar a Martín Adán junto a Vallejo y Eguren, de los que parte para armar su selección. Sabemos que Adán, y desde hace tiempo, debe figurar como una de las médulas de nuestra tradición, siendo este un convencimiento en nuestra condición de lectores, pero cosa distinta es plasmar ese convencimiento por escrito, algo de lo que muy pocos se atreven porque ese solo arrojo nos invita a realizar otras (nuevas) lecturas de esa catarata de palabras e imágenes que configuran a la historia de la poesía peruana.
(109 poemas de 47 poetas peruanos.)
Siguiendo con Gimferrer, las antologías, las verdaderas, están llamadas a descubrir y rescatar. Chirinos camina sobre seguro en su selección y bien pudo cerrar su proyecto en este sendero. Pero qué pensar cuando encuentras a poetas como Juan Ojeda, Antonio Claros, Jorge Wiesse y Raúl Deustua en una selección. Claro, con algo de esfuerzo los puedes hallar en otras antologías, uno por aquí, otro por allá… ¿Pero juntos? Ni hablar. Me bastan esos cuatro nombres para saber que Chirinos no armó su selección para el escrutinio académico, sino que lo hizo pensando en el interés del potencial lector de poesía, en manifiesto de su amor a la tradición en la que también se inscribe como poeta. Por otra parte, la selección destaca por su limpieza, y cuando hablo de limpieza me refiero a que el poeta privilegió la experiencia de la lectura, manteniéndose ajeno de los intereses académicos e ideológicos, y carente de sentimientos menores, que inevitablemente hemos visto en otras antologías direccionadas, que al final acaban como empiezan: en el olvido. Y no exagero: en muchísimos años no he leído una antología de poesía peruana que exhiba tanta coherencia, digna de su tradición. 
Como toda antología, podemos quedar satisfechos o no con el arco cronológico empleado por Chirinos para escoger a los poetas, del mismo modo repararemos en la ausencia de uno que otro nombre (el contentamiento no genera antologías llamadas a perdurar), pero están los que tienen que estar y los Poemas seleccionados se justifican en lo que importa: su calidad.

jueves, enero 19, 2017


602

Imposible que no te joda el archivamiento del caso Figari, e imposible que no te joda más el pacto entre el Poder Legislativo y la Iglesia, que cuando se lo proponen, son capaces de limpiar a los suyos sin necesidad de guardar las formas discursivas, haciendo patente una conchudez cuyo objetivo es la provocación: “no se puede probar que esos muchachos fueron abusados sexualmente, no se puede, pasó hace mucho tiempo, además, ahora son hombres profesionales de éxito”, dice el abogado del pedófilo.
Este es el país de los conchudos. La conchudez como postura de vida. La vemos en todas las manifestaciones, avalando injusticias, no necesariamente ligadas al espectro legal, sino también social y cultural. No es muy difícil analizar esta conchudez, el mensaje y su enseñanza no pueden ser más claros: si los padres de la patria son un conchudos, ¿por qué no los hombres y las mujeres de a pie?
Para calmar la furia, tomo el primer duchazo del día. Al salir de la ducha prendo mi celular y encuentro más mensajes de lo que suponía que iba a encontrar. Selecciono los mensajes más importantes, pero esa selección no es más que una criba antojadiza, entonces decido responder todos en el curso de diez minutos. En uno de los mensajes me preguntan si me refiero a Gómez en el post 596. Claro, respondo. Y se lo merece por bajo, huachafo y sucio. Gómez, en lugar de estar tragando y soboneando, debería comenzar a leer, a cumplir lo que Harold Bloom exige de los académicos: formarse en las lecturas de los clásicos. Es decir, el maestro ya sentenció: no puedes considerarte teórico, por ejemplo, no puedes ser un especialista en Lacan, Foucault y Derrida si no has leído los cuentos de Chaucer, si has pasado por alto la literatura medieval, si solo sabes por resúmenes El Quijote, si no tienes idea de Rabelais… Grande Bloom, ese sí es un gordo bueno, admirado, polémico, respetado hasta por sus adversarios, en otras palabras: un gordo bueno con legitimidad. Leer a los clásicos, releerlos, frecuentarlos; lo otro, la teoría, vale, sin duda, pero esta sin la base de la experiencia de la lectura no es nada. Sino, fijémonos en Gómez, que usa la teoría, en un grado supremo de demagogia y aburrimiento, para tapar inútilmente lo que su prosa exhibe: el código efectista del ignorante. 
Ya seco y listo para ponerme a trabajar, una entrañable amiga me pregunta qué película he visto en los últimos días. He visto varias, pero en la madrugada de hoy vi una que me gustó. No es la gran cosa, pero es buena. Cumple en su sencillez: God´s Pocket (2014) de John Slattery. Actúan Christina Hendricks (ajá, ella, la de Mad Men), John Turturro y Philip Seymour Hoffman.

601

Un día fructífero, desconectado y escuchando música, y por más de un momento barajo la idea de seguir así, pero no hacerlo es imposible. Me conecto para acceder a las redes sociales, pero también para revisar mi correo electrónico, que me entrega un par de mails excluyentes, positivos, por cierto.
Como estuve solo en casa, llegada la una de la tarde me enfrenté a la disyuntiva: o salía a almorzar o cocinaba algo para almorzar. Opté por la segunda opción. Varios platos se me presentaban como posibilidad, y estos debían seguir en la onda de lo que vengo comiendo, alimentación que cumple su noble propósito: bajar de peso, en especial destruir la alegre acumulación de grasa en mi panza.
Compré carne molida, fideos y salsa de tomate en lata, nada complicado. Sin embargo, un pequeño problema adquirió dimensiones no pensadas: tenía una botella de vino, la misma que me observa desde hace ya algunas semanas, entonces decidí que ya era hora de darle el curso respectivo, pero mis ganas por beber vino se interrumpieron porque no encontraba mi sacacorcho, de color guinda, el cual siempre cargaba conmigo. Me puse a buscarlo, y tal y como sucede con los ansiosos, la calma fue cediendo ante la desesperación, lo que me llevó a poner de vuelta y media mi habitación y desordenar vesánicamente cada espacio de mi casa en donde pude dejarlo. También recordaba lugares, potenciales espacios de olvido, pero por más que barajé algunas opciones, que devenían en un lugar, lo mejor fue darlo por perdido. Aceptar su pérdida. Esa sola sensación puede resultar dolorosa cuando has tenido tan cerca un objeto que deja de ser inane al saber que te acompañó por más de diez años.
Ahora que respondo los mails, aprovecho en ver el movimiento de información en Facebook.
¿Es cierto lo que estoy leyendo?
¿En realidad le pasa esto a la media de los escritores peruanos?
Con uno, lo entendería; con dos, lo pensaría sin seriedad; pero que más de quince adviertan a sus contactos de los peligros del sexo virtual ya me parece el grado supremo de la cojudez, que me pone en bandeja el material intelectual del que están hechos. Cuidado, dicen, con las mujeres de apellido extranjero que te envían una invitación de Facebook; las aceptas y comienzas a conversar con ellas. Luego de tres días conversar en el curso de cuatro días, estas mujeres de apellido extranjero te proponen una sesión de sexo virtual. Lo haces. Pero a los dos días esa mujer de apellido extranjero comienza a chantajearte. Pobre de ti que no cumplas con pagarle, porque tu performance a lo Dirk Diggler será vista por todos en Youtube.
O sea, y no es que peque de ingenuo, porque el problema no es si tienes o no sexo virtual, sino la advertencia de los escritores chantajeados, que no es más que la metáfora del arrecho puesto en evidencia. Para este tipo de experiencias, más de uno me demostró que tiene talento para autoparodia compasiva. Por allí podría transitar el futuro, la salvación de la narrativa del yo. Lo firmo.

miércoles, enero 18, 2017

Entrevista a Mike Wilson

"Para mí, Leñador no es una novela sobre la naturaleza, es una novela sobre el lenguaje, sobre los problemas existenciales que surgen del lenguaje y sobre cómo la codificación es paródica. Por eso quise huir de la narrativa en el libro. No buscaba glorificar la naturaleza ni me importaba el conocimiento descrito en sí, ni tengo un interés particular por el oficio del leñador."


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600

No lo tenía pensado, pero tuve que ir al Centro Histórico. Había que hacer algunas gestiones, pero ante todo caminar y respirar sus calles, con mayor razón cuando las he recorrido buena parte de mi vida. La necesidad vital se imponía, solo caminar, tranquilo y sin apuros. En la manera de caminar puedo saber quién camina porque conoce estas calles, como aquel que lo hace incentivado por el apuro, y en este grupo he conocido a más de un mercachifle de libros, que caminan apurados, como si la vida se les fuera en cada paso.
Mi gestión no demoró más de lo que pensé en principio, y decidí caminar por las calles que pertenecen a mis ex costumbres inmediatas, como Quilca y Camaná, saludando a los libreros, cruzándome con conocidos, corroborando que ese par de calles siguen siendo tan mías como hasta hace más de un año.
Antes de llegar al Parque Francia, ingreso a un galpón de libros. Me puse a revisar sin revisar, y sin pensarlo, porque esa es la única manera de llegar a los buenos libros, que son los que te escogen, tú no a ellos. Desconfío pues de los que buscan entre rumas como si estuvieran haciendo un hueco en la arena, seña natural del mercachifle, que ahora abundan en las redes sociales, que de libros no saben más que su precio, sin mostrar el más mínimo interés por su contenido, mucho menos en formar lectores. Mientras miro los libros, recibo una llamada de “Mr. Chela”, indignado, airado por el post anterior. Dejo que suelte toda su furia, pero cuando le digo que estoy cerca de su chamba y que puedo ir si es que gusta, se pone como un gatito al que le acaban de retirar su tazón de lechecita. Entiendo su indignación, un borracho puro y digno no puede ser llamado “Mr. Chela”, aunque con ese apelativo se ha ganado un nombre, igual que “Frejolada”. Una pena: ambos vienen cumpliendo una noble función: son las guaripoleras oficiales del cachetadismo; defensores de lo indefendible, convertidos en siameses que exhiben una cualidad propia de ellos: la eximia práctica del peinapubismo a cambio de trago y pasajes. No les queda otra, la falta de carácter y personalidad en su máximo esplendor: juzgo las actitudes inmorales de “Cachetada” pero chupo con él, no importa si en mi cara le falta el respeto a mi enamorada. Desde esa trinchera, el borracho puro y digno y “Frejolada” juzgan a los perejiles de la narrativa peruana, juzgan a los gomeadores de mujeres, juzgan las pendejadas del mundo académico, juzgan a los profesores con fama de acosadores, solo les falta juzgar a los... Todo se sabe, pues. Pero bueno, si este par de huevas tristes exhibieran un poco de inteligencia, sabrían que les estoy haciendo un gran favor, el último rescate antes de que reviente el chupo en un semanario.
El borracho puro y digno queda en silencio. Y qué bueno que no hable más, porque acabo de ver un par de bellezas: la biografía de Sender a cargo de Jesús Vived Mairal y la novela El diario de Hamlet García de Paulino Masip. Esto es epifanía, pienso, y me sumerjo en un mutismo de cinco segundos. En primer lugar, y por interés no buscado, venía leyendo textos y relatos de Sender, y de alguna forma, recordaba lo que había leído de él en la biblioteca del Centro Cultural de España. No hablo de un autor que me fascine, pero sí de uno del que aprendí no pocas cosas. Ver su biografía no era una oportunidad, sino un obsequio del destino. La experiencia es el destino, ¿no? No importa cuánto tiempo el libro estuvo en esa ruma, lo que en verdad importa: ese libro me esperó. La novela de Masip la leí porque un pata me la prestó hace un par de años y desde que la leí la venía buscando, además, y hasta cierto punto, ya había tirado la toalla por encontrarla. Pero como se deduce: la novela también me estaba esperando.
Tenía que seguir mi camino, pero había que esperar porque la dueña del galpón discutía con un comprador, a quien reconocí. Lo poco que oí de la conversa fue más que suficiente, inconcebible cuando los libros están baratos: el regateo del mercachifle. El mercachifle se fue y le pagué a la señora lo que me pidió. Al llegar al Parque Francia me senté en una banca y prendí un pucho. Me puse a revisar la biografía de Sender. A menos de cinco metros de mí un grupo de chicas y chicos ensayaban una coreografía, cada uno de ellos llevaba una antorcha y la luminosidad que se desprendía de sus movimientos, en confluencia con la luz de los postes, irradiaba de un violeta-naranja la fachada de la iglesia del parque. Cuando quise tomar una foto de esa luminosidad que hechizaba, no pude hacerlo porque me había quedado sin batería. Entonces le pregunté a una de las chicas de aquel grupo si siempre ensayaban en el parque y me respondió que sí, todos los martes a partir de las ocho de la noche, siempre y cuando no vengan las camionetas de la municipalidad. Me quedé un rato más observando las coreografías.
Antes de retirarme, usé la poca energía de mi batería para llamar a casa y decirle a mi padre que posiblemente llegaría un poco más tarde. Esa es la costumbre que tengo desde hace años, no es necesario pedir permiso, solo hace falta decir que llegarás, ya sea más temprano o más tarde. Me despedí de la chica que me había dado la información de su grupo de coreografía. Camino hasta Wilson, entonces llamo a “Jeremy” de un teléfono público y le pregunto por ese lugar en donde días atrás había probado lo que, según él, era el mejor choripán de su vida. Dato importante que no podía dejar pasar, porque el choripán sí es una de mis debilidades. “Jeremy” me dio las señas. Había que caminar hasta la intersección de Wilson y 28 de Julio, por la recta de institutos y universidades. Y hacia ese destino me dirigí, pero antes pasé por una pastelería por un café y una leche asada, una pastelería de la que no sé su nombre, solo que está en la esquina de Wilson con Bolivia, pastelería a la que solía ir con mi amigo José Pancorvo, si es que la hora era propicia, y si en caso la hora no era la adecuada, matábamos la borrachera en uno de los chifas de Alfonso Ugarte. Imposible no recordar a José, muy buen poeta ajeno al circo del circuito, enfocado en estudiar y en leer con una voracidad que en lugar de intimidar, estimulaba. En esa pastelería fue la última vez que conversamos, a fines del 2015, meses antes de que muriera de cáncer.
A paso lento llegué a ese negocio de choripanes argentinos. El negocio era nuevo, mas no el local en el que se hallaba, que sí conocía. Ese local tiene su historia: a fines de los noventa sirvió de punto de reunión para los estudiantes de las universidades Agraria y De Lima, de donde partían a la Plaza San Martín. Hablo de una cochera en cuyo ingreso ahora se ubica el negocio de venta de choripanes argentinos, vendidos por una señora peruana, un joven colombiana y un patita que habla como argentino. Pedí un choripán. “Jeremy” me llamó y le dije que había llegado al lugar y este me dijo que el choripán era mucho más que esa estafa del Tip Top, entonces corté la llamada para poder degustar del choripán sin las interferencias del asombro. El choripán estaba muy bueno y si tuviera que ponerle nota, pues bien ganado su 6.5. La cochera era grande y se podía fumar sin molestar a los demás comensales, además, tuve curiosidad por reconocerlo bien, que suponía grande, pero no tanto. 
Pagué el choripán y tomé un taxi en Wilson. El chofer era un tío de cincuenta y pico y este escuchaba el Animals de Pink Floyd, que recién acababa de programar en su USB. No se podía pedir más.

martes, enero 17, 2017

599

Me pongo a revisar la edición de La República del último domingo y encuentro una reseña positiva del reconocido crítico Federico de Cárdenas a la última película de Oliver Stone, Snowden.
Si había una película que quería ver, quizá una de las pocas que me llamen la atención de la empobrecida oferta de películas de las multisalas limeñas, esa era precisamente el biopic de este ex agente de la CIA y la NSA. Leo la reseña a la vez que doy cuenta de una ensalada de frutas y reviso la nueva novela del “Jeremy”, que anda embalado, escribiendo como un poseso día y noche, algo que me satisface porque de los Zepitas es quien más talento mostraba para la escritura en comparación a “Mr. Chela” y “Frejolada”, que a la fecha andan entregados a la promoción del Cachetada´s Fans Club. Una pena, mientras haya necesidad de tragos y pasajes para la semana, “Cachetada” tendrá poder en almas sin talento y sin principios que justifiquen cada una de sus cojudeces, como el haberse burlado de Miguel Gutiérrez en su velorio. E imaginar que más de un Cachetada Kid se alucinaba seguidor del autor de La violencia del tiempo, cosas pues de nuestra fauna literaria. 
Fui a ver Snowden con mucha ilusión, pero ni bien pasaron diez minutos, supe que estaba ante un paquete, ante un desperdicio de lo que pudo ser una muy buena película y vaya que tenía motivos para sea así. Personaje héroe perseguido por el Imperio tras revelar los métodos de espionaje de sus servicios de inteligencia, métodos que no solo invaden las instituciones de los países enemigos del Imperio, sino que también se inmiscuyen en las vidas privadas de las personas. Entonces, ¿en qué falla la película? ¿Por qué esta no despega? Por ello, luego de pensarlo, teniendo la respuesta, pero a la que no quieres recurrir para no caer en el prejuicio, te das cuenta de que Stone ha perdido la inspiración creativa. Hubo un tiempo en que las películas del director norteamericano me entusiasmaban, pero sus últimos trabajos han manifestado una constante destrucción de su nervio narrativo, aniquilados por la ideología y el afán de denuncia.

lunes, enero 16, 2017

598

Me sirvo un jugo de plátano con leche y me aboco a ver las noticias antes de sentarme a trabajar.
Y ahora que escribo el post, barajaré la idea de no ver noticias, al menos no después de mi primera sesión de pesas. Porque lo que acabo de ver, y de ser cierto, se pondría en tela de juicio el discurso de todos aquellos intelectuales y líderes de opinión de izquierda que apoyaron la candidatura de Ollanta Humala en el 2011. En lo personal nunca me convenció la candidatura de Humala, porque me resultaba imposible apoyar a alguien de quien se sospechaba como violador de derechos humanos. Apoyar a un personaje como este fue el mayor error de la izquierda en su historia. Aplaudir a un cachaco ignorante, de quien se decía que era un violador de derechos humanos, no fue más que el reflejo de la verdadera crisis moral de la izquierda. Ahora el discurso de la izquierda peruana se socava más, porque las informaciones provenientes de Brasil señalan que Lula Da Silva dio el visto para que Odebrecht donara 3 millones de dólares a la campaña de Humala, campaña que recuerdo como millonaria. Sin duda, la derecha es lo que es en este país porque tiene ante sí a la izquierda que necesita. 
Entonces, hago lo que debí: apagar el televisor y me pongo a escuchar a John Coltrane. Subo el volumen y en ese ritmo comienzo a desplegar las fichas y el cuaderno sobre el escritorio, debo ordenar los apuntes que hice mucho tiempo atrás, pensando ahora en el ensayo que me han pedido sobre poesía peruana contemporánea. Algunas de estas fichas ya tienen sus años, la amenaza sepia puede verse en sus bordes y, en algunas, en sus centros. Como se supone, me encuentro ante un enfrentamiento con la memoria, me pregunto en qué pensaba cuando escribí sobre un poemario que años después dejó de gustarme. Esas fichas reflejan mi estado impresionista, pero lo que me deja tranquilo es que sí he acertado en la valoración de la mayoría de títulos, algunos han sobrevivido con gallardía, otros resisten gracias al figuretismo de sus autores… Bueno, imagino que más de uno saltará cuando se publique el ensayo, y solo espero que esas reacciones no se parezcan a las reacciones circenses del gordo Gómez.

domingo, enero 15, 2017

597

Mañana de domingo dedicada a ordenar mi cuarto y lo hago mientras escucho The Way de Buzzcocks. De los álbumes de esta banda inglesa, sin duda este es uno de los irregulares, pero también el que resulta ideal para escuchar en el verano. Esa es la fuerza oculta de ciertos álbumes, que pueden permanecer en silencio durante los demás meses del año, pero que adquieren inusitada y mágica importancia en los días y semanas de calor.
Acomodo mis cosas y pienso también en lo que haré el día de hoy. Recoger a mi mamá de la iglesia es un hecho, como también sacar a pasear a Onur, que cada día exige más paseos nocturnos, tres por jornada. De entre los libros que acomodo doy con uno que me viene acompañando en las últimas horas: La ciudad como utopía, publicación en la que se reúne los artículos periodísticos de Sebastián Salazar Bondy sobre Lima. Inevitable no pensar en la tradición literaria de los retazos cuando te topas con libros así, una tradición literaria que ahora nos trae a un Bondy en estado de gracia, y que a uno lo reafirman sobre el poder oculto de esta tradición en paralelo a la supuesta obra mayor.
Sigo ordenando mi cuarto y a medida que pasan los minutos me doy cuenta que mi apuro por tenerlo en orden obedece a que debo tener todo despejado para seguir leyendo, sea este libro de SB, como también Nicotina de Gregor Hens y pegar con la relectura de Diario de Moscú de Walter Benjamin. Entonces, este domingo se pinta de lecturas ajenas a la ficción, pero solo hasta las siete de la noche, hora en la que saldré a recoger a mi mamá. 
Cerca de la una de la tarde salgo a fumar al parque y soy testigo de un hecho peculiar. Veo a una chica y a un pata recolectando firmas entre las puntas que esperan su turno para el partido de fulbito de rigor. La chica con polo blanco y el pata con uno de color morado. Son los recolectores de firmas de Veronika Mendoza y Julio Guzmán, respectivamente. La chica de polo blanco, una morena muy simpática, entregaba una gaseosa por firma conseguida. Pero con el morado, un pata con cara de tapir, la cosa era distinta, los aspirantes a futbolistas y vecinos se acercaban a firmar nomás. Allí está la verdadera radiografía de la realidad, una realidad que debería ser tomada en cuenta por los analistas. Claro, en lo personal, ninguna de estas opciones me genera confianza, pero quien sobreviva a la caldera electoral, cualquiera menos la rata naranja.

596

Me dirigía a San Isidro, en la noche, caminando lento mientras fumaba un pucho. Pensaba en lo pequeña que se me vuelve esta ciudad, no hay día en que no me cruce con amigos, conocidos y uno que otro ser amorfo y contrahecho. Pues bien, mientras negociaba la carrera de un taxi a Arenales, un amigo del barrio, de esos que ya no viven en el barrio pero que regresan al cabo de cierto tiempo, de preferencia los sábados en la noche a visitar a la familia, me pasa la voz. La visita a su familia era solo el primer punto de ese largo camino de desenfreno que significaría su noche. Dejé pasar el taxi y me puse a conversar con John. No había mucho que hablar, pero nuestros silencios compartían un lazo en común: los clásicos de fulbito en los que, literalmente, nos sacábamos la mierda. John jugaba en el equipo crema, lo hacía de delantero, y yo lo hacía en la defensa, de donde organizaba el juego de los blanquiazules de la cuadra. John maneja una teoría, y me la dice cada vez que nos encontramos, que en vez de aburrirme, me hace pensar en mi talento natural que exploté a destiempo. John hizo referencia a lo de siempre: muy tarde me enteré de que era zurdo de pie, mi pie zurdo privilegiado para el fútbol, ajeno de las limitaciones de mi pie derecho y a años luz de mi movimiento natural de la mano derecha. Supe que era zurdo de pie a los 14 años y a partir de esa edad marqué historia. No gané muchos campeonatos, pero sí los suficientes para sentirme satisfecho de lo jugado y disfrutado. Además, me ayudaba la talla, la misma que tengo hasta el día de hoy, porque después de los 14 dejé de crecer. John y yo nos mandábamos campales encontronazos, más de una vez nos sacamos la mierda producto del calor del partido. Nunca pensé que con el pata del barrio que me hablaría más, en síntoma de perenne amistad, fuera con quien más me he trompeado en la vida. No conversamos mucho, cada uno tenía otros rumbos inmediatos. Tomé mi taxi a Arenales y de allí abordé una custer, en donde al bajar en Dasso, recibo el saludo del “Cigala”, que me dijo al vuelo que mi recuento estuvo muy bueno.
Pasan los días y recibo opiniones unánimes por el recuento, y en cierto sentido esperaba las reacciones. Como dijo Bolaño, “si dices lo que quieres, tienes que escuchar lo que no te gusta”, y en ese sentido soy coherente, o intento serlo. Prendí otro pucho, lo hice después de usar el cajero del BCP ubicado en la esquina de Pardo y Aliaga y Camino Real. Caminaba rumbo a mi destino y la cuadra estaba despejada, hasta podría decir que era un espacio poético en su vacío, pero ese espacio vacío y poético se quiebra a razón de un chancho que caminaba en dos patas.
Saqué mi cel para tomarle una foto y publicarla en mi cuenta de Instagram, bajo una leyenda que reflejara mi asombro ante lo que caminaba en dirección a mí. Cuando tuve cerca al chancho, fui testigo de lo inaudito: el chancho no solo caminaba en dos patas, sino también hablaba.
El chancho me reconoció y comenzó a pedirme perdón. Me quedé en silencio, puesto que a lo mejor estaba siendo preso de una alucinación. Pero entré en onda y le dije que no tenía nada de qué perdonarle y así tuviera que hacerlo, no habría problema. Pero el chancho seguía pidiéndome perdón, que lo que dijo debió decírmelo a mí, como se debe, en mi cara, y no a terceras personas. “¡No soy un cobarde, pero no puedo evitarlo!”, me decía.
 Me compadecí del chancho y le pedí que se sentara en las gradas del BCP. Había que hablar, en calma y sin alteraciones. Pero el chancho seguía pidiéndome perdón, como si creyera que lo fuera a sacrificar. Y lo puse en vereda por medio de un electroshock verbal: a mí no tienes que pedirme perdón, sino a las personas que ofendiste, ensuciando sus honras, cuando tenías tu blog en los años de apogeo de la blogosfera literaria, por eso terminaste como terminaste: expectorado por sucio, por chancho, por mal chancho, ahora, por tu culpa no voy a pensar mal de los chanchos. ¿Tan difícil es portarte como un chancho bueno?
Acuérdate, no pases piola. Lo que haces ahora hablando de mí a terceros es lo mismo, prácticamente lo mismo, que hacías en esos años con otras personas, pero lo de ahora no es nada, las bajezas de esos años sí eran cosa seria, porque pudiste terminar denunciado por difamación y calumnia. De esta manera, querido chancho, no se consigue la legitimidad. Tienes que curarte de esas costumbres y abocarte a leer, a ponerte serio. Tienes 46 años y nadie te respeta, ni como poeta, ni como académico, ni…
 Entonces el chancho quedó sumergido en el mutismo de la revelación de su verdad.
Y después de cinco segundos me miró y me preguntó si podía escuchar los poemas que venía escribiendo. 
Para ese momento el cansancio ya me había invadido. Pero le dije que ya. Había que darle una oportunidad y pasar del cansancio. Y el chancho me leyó sus poemas…

sábado, enero 14, 2017


viernes, enero 13, 2017

"el pudor del pornógrafo"


Si hablamos de una verdadera generación del relevo en la narrativa latinoamericana, tendríamos que pensar en quien capitaneó este relevo en la década del ochenta del siglo pasado: el escritor, ensayista, traductor y guionista argentino Alan Pauls. Con los años Pauls ha desarrollado una trayectoria por demás atractiva, llamando la atención del público y la crítica con su obra maestra en ficción, El pasado, novela de la que el crítico Ignacio Echevarría dijo lo siguiente: “En el río revuelto de las letras latinoamericanas, del que los editores españoles, cuando van de pesca, no es raro que traigan latas, neumáticos, botas y zapatos chorreantes, el Premio Herralde ha sacado esta vez un escritor auténtico, un pez gordo, reluciente y plateado”. A la par del éxito de esta novela, Pauls venía (y continúa) desarrollando una labor ensayística que se impone a sus proyectos narrativos últimos, como la trilogía de la historia argentina del setenta, conformada por las novelas Historia del llanto, Historia del pelo e Historia del dinero, que, en lo personal, no me entusiasmaron mucho, prefiriendo al Pauls que piensa y escribe, al punto que si tuviéramos que definirlo como ensayista, nos quedaríamos cortos si lo calificamos como la Escritura. No es para menos, pensemos en dos títulos excluyentes: El factor Borges y Temas lentos.
Tal y como señalamos líneas arriba, Pauls se dio a conocer en la década del ochenta, y lo hizo con una novela breve que se ha mantenido fresca y lozana, a la que el tiempo no le ha dejado surcos en la piel. Hablamos de El pudor del pornógrafo, publicada en 1984 por Sudamericana y reeditada en 2014 por Anagrama en una edición conmemorativa por sus treinta años y que incluye un posfacio del autor.
¿Por qué, a diferencia de otras primeras novelas, esta de Pauls no ha experimentado los embates del tiempo?, sería la pregunta que motiva que el presente texto. Asistimos a más de tres décadas que nos revelan la legitimidad de la escritura del autor, del mismo modo su mirada, privilegiada, potenciada cada vez que enfrenta a sus personajes entre sí.
Podríamos especular que El pudor fue una novela difícil de ejecutar en su proceso de escritura, a ello sumemos su argumento, jalado a más de los cabellos. Una novela como esta requirió de una pluma de oficio, la que le permitió salir airosa de las sombras de la inverosimilitud. Y Pauls lo consiguió a los 25 años.
Nos encontramos con un pornógrafo innominado que se gana la vida brindando placer a hombres y mujeres por medio de la escritura de cartas, ensimismado en una burbuja (su departamento), de donde observa la realidad. Pero esta realidad se representa principalmente en Úrsula, una joven que esporádicamente aparece sentada en una banca del parque, a la que contempla desde su balcón. Participamos de la complicidad de sus intercambios de miradas, que nos recuerda al flirteo decimonónico, mas este contacto se quiebra cuando Úrsula deja de aparecer en el parque, lo que genera en los amantes platónicos un intercambio epistolar. En este intercambio epistolar, el pornógrafo no puede emplear el tono lujurioso que signa sus cartas a hombres y mujeres, más bien apela a la naturaleza íntima del registro y de esta forma abre su corazón a la joven. Ese el problema: el pornógrafo abre demasiado su corazón y sus “exigencias” conllevan a que paulatinamente abandone la inicial intención amorosa para revelar lo que tanto cuidó en ocultar.
Para ser la primera novela de nuestro autor, nos enfrentamos a un artefacto narrativo que se alimenta de géneros que en los años de su aparición no eran tan frecuentados, no como ahora, que en nombre del híbrido se llevan a cabo todo tipo de “proezas narrativas” vendidas como novedad. La naturalidad con la que Pauls funde registros puestos al servicio de la tensión moral de su personaje, lo que deviene en una tensión de la propia escritura, escritura que transita por la invisible frontera entre la escritura contenida y la escritura desatada, tensión que por partida doble genera un impacto no menos letal en el lector de turno, tensión que tiempo después vimos en agraciada luz en El pasado. Gracias a esa tensión del lenguaje hacemos nuestra esta historia inverosímil, y entendemos también la razón de la vigencia de El pudor, vigencia que supera las contadas caídas del aliento cursi, tan propias cuando se escribe de un personaje enamorado en base a la idealización.
En estas páginas nos encontramos con los inicios narrativos de un autor considerado referente cuando se nos habla de narrativa latinoamericana de entre siglos, somos testigos de su actualidad, y lo somos porque desde el principio estaba destinado a ser tal.


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