jueves, enero 11, 2018

alejandro neyra


Desde hace unos días se viene discutiendo la designación de Alejandro Neyra como nuevo ministro de Cultura. Bajo todo punto de vista, se trató de una decisión difícil para el último director de la Biblioteca Nacional.
En un post pasado indiqué que tras la chanchada del indulto de PPK, muchos funcionarios públicos de valía venían renunciando a sus puestos de confianza. En parte, saludaba esas renuncias, pero también estaba preocupado por la puerta abierta que se dejaría a los oportunistas, esos eternos hueleguisos a la expectativa de la oportunidad de engordar por medio de la mamadera estatal.
Uno de los objetivos del fujimorismo es dinamitar la memoria. Entre sus obsesiones está apoderarse del Museo Lugar de la Memoria, institución de la cartera ministerial de Cultura. ¿Qué harían con este espacio destinado a mostrar el desastre que nos dejó la Guerra Interna y la dictadura fujimorista? No, no cambiarían su curso actual, menos llevarían a cabo un caprichoso ajuste narrativo de los hechos. Simple: lo desaparecerían para convertido en un lujoso restaurante o centro comercial frente al mar. O, como también podría suceder: lo demolerían.
Es cierto que este ministerio no ha sido del agrado de todos. No ha venido funcionando como hubiésemos deseado. Lo que me jode de su existencia es la argolla burocrática que pervive en sus pasadizos desde su fundación, del mismo modo su desconexión con las prioridades en las que debe enfocar esfuerzos y recursos. Para la recua de sabidos que parasita en este ministerio (“a ver quién entra, si Petrozzi o Bákula, pues renuncio”), la estrategia no ha sido otra que sobredimensionar lo que tendría que ser una función natural. Pero lo que importa: es nuestro Ministerio de Cultura, el único espacio llamado a garantizar nuestro legado y producción culturales. Y por ese motivo hay que cuidarlo en tiempo de crisis política más allá de sus taras, porque a los parásitos los echas o los obligas a hacer lo que hasta el momento no: trabajar en las prioridades.
No soy amigo de Alejandro Neyra. Nuestro trato siempre ha sido cordial, participamos de una mesa de presentación en la FIL de 2010 y solo hemos hablado un par de veces en la BNP. En la primera de esas conversaciones le manifesté mis reparos a sus políticas iniciales en su calidad de director, pero también saludé la labor que venía realizando. No necesité que me detallara lo que estaba haciendo, por la sencilla razón de que veía los frutos de su gestión a diario. ¿Qué veía? Pues el acercamiento de la BNP al público, el esfuerzo por llevar cultura a mujeres y hombres no acostumbrados a ella.
Mal, muy mal, hacen los amigos de Neyra cuando se le felicita por su nombramiento ministerial. Tienen una pésima lectura del contexto: Neyra está condenado a desempeñar una intachable gestión, el término medio de esta no es más que fracaso. Ser ministro de Cultura en una situación como la que vive el país no justifica la celebración por la responsabilidad encargada como si fuera una borrachera en Juanito o en Piselli. Neyra es una maravillosa persona, impresión que me la firma más de un millón y contra ese millón no soy quién para dudar. 
Lo que vi de Neyra en la BNP, espero verlo en el ministerio de Cultura. Nuestro ministro tiene dos cualidades: criterio y voluntad de servicio. Que ahora las repotencie. Ese es mi deseo.

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