jueves, abril 19, 2018

lang


Si algo para recordar me deja el pasado verano: las películas de Fritz Lang. En más de una ocasión he dicho que los veranos los dedico a ver otras vez películas que no necesariamente me hayan gustado, a manera de ejercicio, como quien va a caza de la primera impresión.
En este sentido, descubrí que tenía no pocas películas del director alemán, algunas de ellas no las había visto y no sé cuánto tiempo transcurrió desde la ocasión que las compré. Entre las que no conocía, una que no solo me gusta, sino que considero una obra maestra del arte de narrar, en donde nos encontramos con personajes extraordinariamente perfilados y en interacción sin llegar a desentonar.
Los verdugos también mueren (1943) es un proyecto ubicado en la etapa americana de Lang, el cual consigue sacar a la luz tras adecuarse a los criterios comerciales de la cinematografía gringa. Llegar a dirigir esta película (para más señas, comparte derechos de guion con Bertolt Brecht), le significó pagar un derecho de piso, es decir, se vio obligado a “amabilizar” sus películas para el gusto del público consumidor.
Si Lang deseaba seguir dirigiendo tras huir de Alemania, no tuvo otra opción que obedecer los lineamientos que le requerían. Sin embargo, esto no significó hipotecar su poética, era solo ceder, retroceder un paso para avanzar. Luego de tres películas que cumplieron con las exigencias de los productores, Lang llevó a cabo esta historia que no solo es divertimento, sino también tributo a la resistencia de mujeres y hombres checoslovacos ante la invasión nazi. La trama orbita en el asesinato de Reinhard Heydrich, Protector de Bohemia y Moravia, ocurrido en 1942. Lang se halló ante un argumento caliente, ni siquiera tibio, lejano de los lineamientos creativos que sugieren un prudencial paso del tiempo cuando se trata de recrear hechos históricos.
Lang no tenía cerrado el caso Heydrich, a su despacho llegaban las feroces represalias de Hitler contra la población checa para dar con los responsables del atentado contra el que se suponía sería su potencial sucesor. Ante esas informaciones, Lang deshecha erigir un solo héroe y opta por la heroicidad colectiva. Para él, todos serán protagonistas de consideración, desde la señora que vendía verduras hasta el hijo menor del profesor Novotny, especie de figura tutelar que adoctrina en su casa en materia política a sus discípulos. No es un personaje estelar, pero sí clave en cuanto el avance de la historia y su desenlace, puesto que en él, presente y ausente, se tejen los dramas y subdramas, como el conflicto entre su hija Nasha, su prometido y el huidizo Vanek. La delación amenaza con seducir a los personajes, que comparten la sospecha común sobre el asesino del oficial nazi, pero optan por el silencio y la distracción ante las investigaciones de la Gestapo.
Es precisamente en esta no-delación que Lang lleva su proyecto a no pocas cimas visuales, en lugar de concentrar, dispersa la atención del espectador, huye del lastre de la fijación en un solo personaje para enfocarse en la colectividad. Hay que tener en cuenta la escena cuando cercan al traidor checo en un bar, aquel que no desea perder sus privilegios y que decide ayudar a las fuerzas invasoras. 
Lang hizo alarde de la especulación, aunque su trabajo no calza con lo que sucedió, nos entregó una obra maestra.

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